martes, 17 de abril de 2012

LAS LLAMADITAS

Cuando inicié este blog, coloqué una frase debajo del título que decía “Situaciones que le pueden pasar a cualquiera”.
A estas alturas, no sé si le pueden pasar a cualquiera o no, porque algunas de las cosas que me pasan a mí parecen extraídas de una película del mismísimo Almodóvar.
Al llegar esta noche a mi casa, estaba sonando el teléfono. Eso me llamó bastante la atención, porque desde que ando enredando con las nuevas tecnologías, cuando tengo internet no tengo teléfono y cuando tengo teléfono, no tengo internet. Y a veces no tengo ninguna de las dos cosas.
Estaba intentando abrir la puerta lo antes posible para llegar a coger la llamada, cuestión bastante complicada porque del brazo izquierdo colgaba una mochila y el bolso, del brazo derecho el portátil, el abrigo y la bufanda y con los dientes seleccionaba la llave correcta.
Evidentemente, cuando quise llegar al aparato, la llamada se había agotado.
Cuando me disponía a recoger el reguero de objetos que había ido dejando a mi paso en la carrera hacia el teléfono, el aparato volvió a sonar. Me dio la impresión de que sería algo importante, porque tanta insistencia en tan poco tiempo no suele deparar buenas noticias.
Al contestar, la voz de una mujer, deduzco que sudamericana (por el acento, y porque me costó bastante entenderla) me ofrecía una vajilla de una calidad suprema a un precio irrisorio. De principio me quedé perpleja. Las once menos cuarto de la noche y me llaman dos veces para venderme una vajilla.
Con toda la educación que me dieron mis padres y alguna más que he ido adquiriendo a lo largo de los años, decliné mi interés por el menaje del hogar e intentando parecerme al señor de SEUR que me atendió días atrás, mantuve el mismo volumen y el mismo tono en las incontables veces que tuve que decir que no estaba interesada.
Una vez finalizada la llamada y todavía sorprendida por las horas a las que hacen trabajar a estas benditas criaturas, me dispuse a recoger todo lo que había dejado por el medio, cuando volvió a sonar el teléfono. Miré al aparato y tentada de no descolgar, me venció el miedo a que realmente fuera algo importante, por lo que accedí.
Entonces fue un chico, también sudamericano que me ofrecía unas condiciones estupendas si cambiaba mi compañía de suministro telefónico de ORANGE  a TELEFÓNICA. Me di cuenta entonces que no podía ser como el señor de SEUR. Incapaz de mantener el mismo volumen y el mismo tono, le hice saber, primero que no estaba interesada en cambiar de compañía y en segundo lugar que no eran horas de llamar a nadie.
Dos en una noche, vaya tela.
Con mi mosqueo, me decidí a meterme en la ducha, y ya después recogería todas las cosas. No me dio tiempo. El teléfono volvió a sonar. Entonces pensé: Dios mío, estos se habrán dado cuenta de que he estado sin teléfono varios días y piensan hacerme todas las ofertas en la misma noche.
Al mirar la pantalla del aparato, ya sí me ofrecía el número de la llamada entrante (cosa que antes no salía, porque se quedaba la pantalla en blanco) y era de Madrid. Como allí reside parte de mi familia y amigos, descolgué con cierta confianza.
Era de ORANGE, para comunicarme que me habían restablecido la línea después de unos problemas técnicos. Como si no me hubiera dado cuenta ya. Que graciosos. De paso, aprovechaban la ocasión para consultarme mi grado de satisfacción en la entrega del nuevo router. Aquí me despaché agusto, para que nos vamos a engañar.
Y como suele suceder en estos casos, entró una última llamada. Un número larguísimo.
Al descolgar, la educación, el tono, el volumen y todo lo demás estaban ya totalmente fuera de lugar. Gran planchazo. Era mi sobrino que me llamaba desde Estados Unidos.
Por un momento mi niño pensó que me había dado un ataque de algo. Y no iba muy desencaminado.
Esto lo incluyes en una película cómica y el público se parte.
Y digo yo. ¿No había salido una ley, una norma un decreto o lo que sea que prohibía hacer llamadas de este tipo a no sé qué horas del día y de la noche? Si entallo esta noche al que decidió saltarse la ley, no queda de él ni el recuerdo.
Y ante una de estas, ¿a quién hay que quejarse?, porque aparte del susto inicial, y el cabreo que se ha ido incrementando en cada llamada, me han dado las once y media atendiendo asuntos comerciales.
De aquí en adelante, si alguien me tiene que hacer alguna llamada a partir de las diez de la noche, ya se puede asegurar de que yo conozca el número, porque si no le va a contestar quien yo le diga.

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