Hoy me he sentido como Guille, el hermano de
Mafalda, cuando en una de sus viñetas, estando sólo en casa, se da un coscorrón
y sin llorar ni nada, se coloca detrás de la puerta hasta que llega su madre,
momento en el que empieza a llorar como un descosido. Pobre criatura. Sólo
quería compartir su dolor.
Esta noche, al salir del trabajo y camino de iniciar
mi paseo diario, me he parado en la gasolinera a rellenar el depósito de mi
coche. En la que sacaba la tarjeta del bolso colocado en el asiento trasero y
venía el chico que en ese momento atendía a otro coche, me dispongo a cerrar la
puerta. Que si la empujo con la mano derecha, que si la empujo con la mano
izquierda, que me engancho un dedo y lo me quedo pillado con la puerta cerrada.
Con cara de imbécil y observando mi dedo preso, tiro de la mano pensando que
era una cuestión superficial (total, la mano estaba helada y yo sólo sentía una
ligera presión...) pero el dedo no sale. Como puedo, y con las múltiples tarjetas
en la otra mano, consigo abrir la puerta y liberar mi dedo.
Observo mi dedo totalmente deformado por el
espachurramiento sufrido y ahí comienza el dolor agudo. ¡La virgen santa!, lo
que puede doler un dedo. Conforme llega el chico de la gasolinera y observa el
estado de mi dedo, todo en uno, me quejo amargamente del incidente sufrido. Él,
todo apesadumbrado y con una mueca de dolor en su cara como muestra de
solidaridad, me coloca una tirita que tiene como objetivo real, tapar aquella
cosa de la vista, sujetar la hinchazón del dedo e intentar que volviera a
adquirir una forma normal.
El dolor indescriptible. Sé que he pagado la gasolina
porque he visto en mi bolso las tarjetas con un ticket, pero ni siquiera
recuerdo habérselas dado al chico y ni mucho menos haber marcado el pin.
Cuando he conseguido llegar hasta el punto de
encuentro del inicio de nuestro paseo, se lo he contado a mis amigos, de los
que, medio estoicamente, he aguantado el cachondeito pertinente. He llamado a mi
madre, que para estas cosas, las madres, consuelan mucho. También ha tenido su
parcela de mofa. Como tenía que hablar con mi cuñada de otros asuntos, he
aprovechado y también se lo he contado. Ella ha sido más discreta. Y el que más
me ha comprendido ha sido mi sobrino Gugu, que recordaba haberse pillado los
dedos, una vez, con la puerta de casa y me explicaba que eso dolía mucho.
Como creo que no se lo he contado a las personas que
debía, ni en cantidad, ni en calidad, he decidido publicarlo en mi blog, porque
seguro que, aunque sea en la distancia hay alguien que me comprende.
Y aquí ando, escribiendo con nueve dedos, con la
dificultad que eso conlleva, en vez de con los diez, que es a lo que estoy
acostumbrada.
Por extraño que parezca, el dedo accidentado ha sido
el anular de la mano derecha, y de momento, es el único miembro de mi cuerpo, que
sin necesidad de calefacción exterior, está calentito, calentito.