Esta noche, mientras regaba el césped, mi mente divagaba
libremente intentando desembotarse de números, informes y asuntos de esa índole
que me mantienen alejada casi de todo, incluido mi blog. En el transcurso de la
tarea, mi brazo agitaba la manguera sin una pauta clara, pero con el objetivo
de distribuir el agua lo más uniformemente posible por la pequeña extensión de
hierba.
Al separar el chorro de uno de los rosales que en
ese momento se beneficiaba de mi labor casi nocturna, la cabeza de uno de los
cachorros de gato que tenemos ha aparecido desde detrás del tronco. Su mirada
seguía el movimiento del agua y la curiosidad inundaba la expresión de su
mirada. No es un gato doméstico y de forma habitual huye cuando una mano humana
lo intenta tocar. Mi sobrino, que le puso nombre a todos los que nacieron de
esa camada, bautizó a este con el nombre de Calcetines, porque es totalmente
negro a excepción de una bufanda que le rodea el cuello y la parte final de sus
pezuñas que son de color blanco. De los tres cachorros que hay, según mi padre,
este es el más caradura.
Ha hecho varios intentos de abordar el chorro de agua
que lo ensimismaba con su movimiento, sin embargo, al acercarse, sigiloso la
primera vez y algo más decidido las siguientes, algunas gotas de agua le han caído
encima y ha salido corriendo como alma que lleva el diablo. No por ello cesó en
su propósito. La curiosidad volvía a apoderarse de él y le hacía agudizar el
ingenio. Volvió a intentarlo, pero esta vez, totalmente concentrado en el
cordón de agua que serpenteaba por encima del verde, lo hizo siguiendo la línea
de la manguera. En su estratégico avance, paso a paso, cauteloso, pero con la
falta de experiencia propia de su corta edad, se detuvo, esperando el momento
oportuno para el ataque, justo al lado de mi pie izquierdo. Cuando hice un
ligero movimiento para mantener mi estabilidad, tomó conciencia de su estado de
vulnerabilidad y todo en uno, miro hacia arriba, me vio, se le erizó hasta el
último pelo de su cuerpo, salió corriendo sin dirección clara y todo el campo
se le hizo pequeño en su afán de huir. Ha sido muy divertido ir observando cada
uno de sus movimientos, aunque ya lo decía mi abuela, cuando nos pillaba
enredando donde no debíamos: “Cuidado que la curiosidad mató al gato”