viernes, 27 de abril de 2012

EL PARQUE DE LOS PAVOS

Cuando le pregunté a una amiga qué podía hacer en Plasencia entre la una del mediodía y las cuatro de la tarde un día de diario, su respuesta fue más que evidente, comer.
El día prometía ser entretenido, laboralmente hablando, y la verdad, no me apetecía mucho, finalizar la jornada de mañana, meterme en un restaurante a comer y volver al trabajo, por lo que una vez se lo hice saber, me planteó la opción de visitar “el parque de los patos”.
-Bueno, así lo llamo yo, porque tiene muchos patos, pero se llama… ah, sí, el parque de los pinos.- me explicó.
Me habló de su ubicación y de todo lo que en él me podía encontrar.
Me pareció una alternativa inmejorable, así que, a las dos de la tarde me encontraba en el parque de los pinos, en el centro de Plasencia, rodeada de árboles y animales, bocata y Coca-Cola en mano dispuesta a pasar un agradable mediodía.
Di un paseo por el interior con el objetivo de encontrar un lugar en el que comer tranquila y disfrutar del paisaje que me resultó sorprendente.
Tras admirar durante un rato alguno de los patos y pavos reales que deambulaban por allí, totalmente acostumbrados al paso de los humanos muy cerca de ellos, me senté en un banco a comer.
Al mirar a la izquierda, observé que lentamente, pero con paso firme, se iban acercando, hacia donde yo estaba sentada, una mamá pata con sus siete patitos que la seguían muy de cerca.
Asombrada por la destreza de estos pequeños en el arte de caminar detrás de su madre sin perderse ni atropellarse unos a otros a pesar de su cercanía, me percaté de un ruido detrás de mí.
Al girar la cabeza, un pavo real, totalmente blanco me miraba a los ojos a menos de 20 centímetros de mi cabeza. De pronto, pegó una avanzada, pico abierto, hacia mi bocadillo.
Del susto me levanté de golpe, pero quedé mi bolso abierto y a disposición del pavo encima del banco. Con mi gran desconocimiento sobre la ornitología, no me atrevía a hacer grandes aspavientos por miedo a que el animal me saltara encima, pero intentaba darle de señas para que sacara su cabeza del bolso, a ser posible sin llevar nada enganchado al pico.
No sé cómo, me veía en la mitad de un parque precioso, haciendo la imbécil a la vista de cualquiera y planeando una batalla con un pavo que amenazaba con robarme algo del contenido de mi bolso. Rezaba por no tener que salir corriendo detrás del ave tirándome en plancha sobre ella para recuperar algún objeto, como por ejemplo las llaves del coche. La situación me pareció tan ridícula, que me dio por reírme, y a la que el pavo sacó la cabeza, agarré mi bolso y salí corriendo.
Cuando llegué a la puerta del parque, miré hacia atrás y leí en el pórtico de la entrada “Parque de los Pinos”. Recordé entonces el comentario de mi amiga “el parque de los patos”. Lo vi claro, para mí sería el Parque de los Pavos.


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