miércoles, 11 de abril de 2012

EL ENVÍO

Esta mañana ha sonado en mi teléfono la entrada de un mensaje. Eso no es nada especial, pues recibo una media de 30 mensajes diarios por temas de trabajo. Sin embargo, este mensaje, sí que era especial y dibujó una sonrisa en mi cara. Era de ORANGE y me anunciaban que el router nuevo había sido enviado.
Por fin iba a volver a tener conexión en mi casa sin tener que conectarme de prestado a la línea de un vecino (y digo de prestado, por supuesto, porque si no me hubiera dado él la contraseña no habría podido hacer nada).
Alguien, por teléfono, me dijo el viernes, que un técnico vendría a mi casa y me lo sustituiría, pero bueno, no le pondremos pegas, si total, ya me van a enviar el aparatito… ¿Digamos que no voy a ser capaz de instalarlo?
Un par de horas después de la buena nueva, recibí otro mensaje que me quedó un poco suspendida. ORANGE me anunciaba que había habido una incidencia en la entrega del paquete y me sugerían que me pusieran en contacto con SEUR y les diera un número de referencia. Ya empezamos. ¿Pero no me puede salir una derecha?
Al salir del trabajo, decidí pasar por la oficina de SEUR en vez de realizar la llamada, porque estas cosas en persona (pensaba yo) se arreglan mejor, y con un poco de suerte a lo mejor me entregan el paquete y me voy toda feliz para mi casa.
Allí en su oficina, me atendió un señor increíblemente capaz de mantener siempre la misma cara y el mismo tono de voz en las 8 o 10 veces que me repitió que no había nada a mi nombre. ¿Los entrenan?
Lo intenté por mi nombre, en primer lugar. A la vista de la negativa, lo intenté por la dirección de mi casa. Como tampoco hubo suerte, le proporcioné un número de referencia que me había proporcionado ORANGE con el mensaje de la incidencia. Pues nada. Yo, en mi afán de llevarme el envío para mi casa, lo reintenté con el primer número de localizador que llegó en el primer mensaje. Vuelta otra vez la burra al trigo. Que no había nada a mi nombre.
Fijándome bien en el señor que me atendía, en el extenso vocabulario que estaba empleando y la enorme capacidad de resolución, deduje yo solita que no era la persona más inteligente del mundo, por lo que le pedí, por favor, que volviera a escribir mi nombre por si la primera vez no lo había hecho bien. Esta frase no le hizo mucha gracia y casi consigo que, al decirme que no había nada a mi nombre, variara el tono de voz. Pero creo que fue más una sensación mía que una realidad.
Era como darse golpes contra un muro. Los guardias que están en la puerta del Palacio Real tienen más registros de expresiones que este señor.
Totalmente derrotada, cargué con mi fracaso, camino de mi casa sin el dichoso aparato. Una vez más la ineptitud vencía a la cordura y aquellas cosas que pueden ser simples, como ir a recoger un paquete a una empresa de mensajería, se volvía a convertir en una odisea de idas y venidas en búsqueda del paquete perdido.
Ya en mi casa, miraba el router estropeado como si ambos compartiéramos la misma sensación de frustración. A él nadie vendría a buscarlo y a mí nadie me hacía ni puñetero caso.
Entonces miré el teléfono y recordé que en ambos mensajes me proporcionaban un número de teléfono al que llamar y averiguar qué pasaba con mi envío.
Decidí llamar, creo que más con la intención de quejarme del trato recibido, que con la esperanza de que me resolvieran algo. Sin embargo, en dos minutos mi bulto, (porque así lo llamó) estaba totalmente localizado. Me pidió, muy amablemente, mi localización para el día siguiente, para hacérmelo llegar sin más demora y sin incidentes causados por la ausencia.
¿Cómo es posible que alguien a cientos de kilómetros de distancia sea capaz de resolver una situación como esta, mejor que el compañero que está en la misma ciudad que el paquetito? Misterio.
No sé si es que me las busco, o simplemente me las encuentro, pero desde luego, tengo un imán.

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