Esta mañana, tras una satisfactoria reunión en el
Ministerio, una de las compañeras emitía un comentario que, aunque era común al
resto del equipo, nadie se atrevía a pronunciar: ¿Cuántas reuniones como esta
tendrán al cabo del día?
Las conclusiones, a pesar de ser buenas, han quedado
en futuras visitas del Ministro a los proyectos puestos en marcha, en futuras
colaboraciones internacionales con Latinoamérica y en promesas, que llegado el
momento, ya veremos si se pueden cumplir.
En ese momento no he podido evitar acordarme de la
noticia que es portada y cabecera de telediario, estos días. El accidente de
tren en Santiago. La imagen de esos políticos acercándose al lugar del
accidente, con cara compungida. Y no dudo que se sintieran así, pero creo que todo,
incluidas las expresiones que deben mostrar en sus rostros, están escritas en
el procedimiento protocolario, y para mí, eso, le resta toda la humanidad que
dicen trasmitir.
Después de eso, las noticias hábilmente manipuladas (unas
más que otras, por lo de hábilmente, claro) nos bombardean hasta el punto de no
poder distinguir realidad de ficción.
Y con o sin políticos, con solidaridad o sin ella,
con hospitales públicos cerrados y hospitales privados atendiendo a los
heridos, con psicólogos que ayudarán a pasar el mal trago a los que lo
presenciaron como víctimas o como testigos, con un maquinista culpable o
inocente, pero culpabilizado, la única realidad es que allí han fallecido 79 personas,
con todo lo que eso conlleva.
En mi familia, Galicia es especial, y los gallegos
lo son mucho más.
Que esto suceda en cualquier parte, me encoge el
alma, que suceda allí, no puedo evitarlo, pero me duele mucho más.
Yo salí de Santiago el día 29 de junio y vuelvo a La
Coruña, el día 25 de agosto. Entonces hará un mes de la catástrofe, y allí será
de los pocos sitios, donde todavía se hablará de ello. Mi madre, que quería que
hiciéramos un viaje en tren hasta Santiago con el pequeño de mis sobrinos, me
decía con lágrimas en los ojos, que no sabía si sería capaz de bajar a
Santiago, que le daba mucha pena.
Por esas fechas, los políticos ni siquiera pensarán
en el accidente, tal vez como tampoco lo harán en las promesas y propuestas de
esta mañana, porque el protocolo les dice lo que deben hacer y decir en cada
momento. La “verdad” les da igual, porque en definitiva, no dejan de ser marionetas
perfectamente articuladas. Tan sólo nos falta por averiguar, como en el Mago de
Oz, quién es el que maneja los hilos.