“Si algo puede salir mal, saldrá mal”. Esta es la
ley general de Murphy, que engloba la mayoría de las posibles situaciones desafortunadas
con las que nos podemos encontrar y de las que creo que, él mismo en espíritu,
me ha hecho hoy, una completa demostración.
En mis preparativos personales para asistir a la
primera comunión de mi sobrino que se ha celebrado hoy, me ha acompañado Murphy
desde el momento en que saqué los pies de la cama.
Mi teléfono ha decidido hacer submarinismo en el
cubo de la fregona a las 9 de la mañana.
En el intento de preparar el desayuno, descubro que
no me queda pan del que uso para las tostadas y que el que me queda tiene un
grado de dureza que usado como arma arrojadiza podría provocar daños
irreparables. Decido desayunar galletas, que es más rápido. Se me derrama la
leche sobre la encimera, engancho el paño que iba a usar para limpiarla con el
especiero que estaba cerca y desparramo todos los botes manchándolos de leche y
golpeando una botellita de aceite que une su contenido a la leche y a los
botes. Lo meto todo en el fregadero y ya lo limpiaré cuando vuelva.
Mis zapatos negros de tacón (los seleccionados para
el feliz evento), supongo que hartos del desorden de su habitáculo, han
decidido emigrar sin previo aviso, por lo cansada de buscarlos sin obtener
resultado y poniendo toda la casa patas arriba, he tenido que desplazarme a
casa de mis padres a rescatar unas sandalias negras, también de tacón, que me
han dado el apaño. Previo al desplazamiento, le he atado los cojones a San
Cucufato, pero Murphy ha debido deshacer el nudo, pues los zapatos no han
aparecido.
Como las medias preparadas, lo eran para unos
zapatos cerrados, tenían puntera, motivo por el que de vuelta de casa de mis
padres he tenido que entrar en una tienda a comprarme unos pantis sin puntera.
Pero Murphy, en un ataque de fidelidad, me acompañaba a todas partes y por
supuesto la dependienta me informa que mi talla no la tienen. Literalmente
añade: “Es que es usted muy alta”, a lo que respondo, “sí señora, pero cortarme
un pelín las piernas, requeriría algo más de tiempo del que dispongo, así que
me llevaré esas y las estiraré como pueda”.
Al llegar a casa, y en un intento de avisar a
alguien para que pasara a recogerme, pues mi coche no sabe todavía, ir sólo al
lavadero, realizo cuatro llamadas telefónicas, desde otro teléfono, ya que el
mío agonizaba entre granos de arroz. Murphy entra en pleno apogeo y no me coge
el teléfono ni Dios.
Entre llamada y llamada, me voy vistiendo,
maquillando y terminando de peinarme con todo lo que en ese ámbito me podía ir
sucediendo: el secador se cae desde lo alto del lavabo y deja de funcionar, la
crema de maquillaje, debido al poco uso que le doy, se ha debido ir consumiendo
y el color concentrándose, pues presentaba varios tonos más oscuros de lo que
yo la recordaba, lo que me hacía parecer una indígena de alguna tribu africana.
Toallitas desmaquillantes y vuelta a empezar, aunque en vez de maquillaje
definitivamente opto por una crema hidratante que aporta un cierto tono de
color.
Al no conseguir hablar con nadie, decido que me voy
en mi coche, pero Murphy ha escondido las llaves, que debían estar en el mini
bolso ese que llevamos todas las mujeres a los eventos BBC y en el que
precisamente sólo caben un paquete de pañuelos de papel y las llaves. Perfecto,
no encuentro ninguna de las dos cosas.
Me siento un minuto en el sofá y suelto todo tipo de
improperios contra Murphy y su santa familia. Me tranquilizo, hecho una ojeada
desde la altura a la que me encontraba y observo que el bolso se había
escondido bajo la tapa de la caja de las sandalias.
Recojo el bolso, saco las llaves, me monto en el coche
y acelero todo lo que puedo.
Al llegar, encuentro aparcamiento en la misma
puerta.
Por fin, en alguno de los acelerones he conseguido
dejar atrás a Murphy, y menos mal, pues él no estaba invitado a la fiesta y si
se hubiese venido conmigo hasta allí, se podría haber organizado la de Dios es
Cristo (y nunca mejor dicho, pues en la iglesia nos íbamos a encontrar).
A partir de ahí, lo que ha quedado de día, ha sido
perfecto.