Decía mi abuela que “cuando el diablo no tiene que
hacer con el rabo mata moscas”.
Y es que yo sigo diciendo que hay mucho tiempo libre
y la gente debe tener pocas preocupaciones serias.
Hace unos días me llegaba un mensaje a mi móvil.
El número desconocido, aunque sólo para mí, claro,
porque no me salía ningún nombre de la agenda.
No obstante abrí el mensaje y me quedé boquiabierta.
Alguien me felicitaba y me deseaba un fantástico embarazo.
Mi primer pensamiento recorrió mentalmente los
resultados de los análisis clínicos que había ido a recoger dos días atrás. Y
allí, que yo recuerde, no decía nada de embarazo.
Lo siguiente fue volver a mirar el número por ver si
me recordaba al de alguien y poder ver de dónde venía la broma. No nos sonaba
ni a mí ni a nadie de los que conmigo se encontraban en ese momento.
Está claro, es un error, alguien se ha equivocado al
marcar el número, pero… al volver a leer el mensaje observo que aparece mi
nombre. Ahí ya, me dio la risa.
Entre bromas y comentarios, tocaba hacer repaso
mental de amantes recientes. Eso fue rápido y marcaba unas posibilidades más
que mínimas, aunque el siguiente paso era hacerme un test de embarazo, a ver si
el remitente del mensaje resulta ser algún adivino, vidente o similar.
Tuve la intención de contestar el mensaje con algún “¿Quién
eres?” o, “perdona chato/a, pero no te han informado correctamente” o incluso “¿Quién
dices que está qué?”
Como tenía plena seguridad de mi “no” estado, decidí
dejarlo pasar y cuando explotara la bomba, si explotaba, ya apagaría el fuego
como fuera, porque, a veces, intentando acallar un rumor en sus inicios, sólo
se ayuda a su propagación.
Ayer, por casualidades de la vida, averiguo el
origen de la noticia.
He visitado a mi médico y al salir (al parecer, con
cara de felicidad) me acerqué a la farmacia, donde además de otras cosas,
compré un chupete. Está claro, “blanco y en botella”, que dicen en mi pueblo.
No quiero ni pensar cuál hubiera sido el mensaje si
en vez del chupete me ven comprar la caja de preservativos.
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