Lo
que comienzas con ilusión, con energía, con coraje, y ganas de resolver se va
tornando aplomo, desilusión, rabia e impotencia. Todo el mundo va aportando su
granito de arena.
Tras
plantearte tus errores cometidos, echas un vistazo al conjunto que te rodea e
intentado ser una observador ajeno, es decir, en un intento de poner
perspectiva, te das cuenta de lo fácil que resultaría todo si los mismos
sentimientos iniciales fueran comunes al resto de los mortales.
Este
pensamiento que, en su origen, puede resultar infantil se repite en la cabeza
en más ocasiones de las que quisieras, sin embargo, eres incapaz de desecharlo.
Todavía nadie te ha podido demostrar que la buena voluntad y el buen hacer hayan
echado por tierra ningún proyecto.
Quizá
si un día un hada mágica (y esto sí que es infantil) repartiera humildad y un
antídoto contra el orgullo y la vanidad, una gran cantidad de problemas
desaparecerían.
Mientras
tanto los sentimientos que resurgen al final de cada etapa, irán haciendo
pequeñas mellas, que una tras otra, van moldeando un carácter que, si bien no
es del todo joven, está madurando a marcha forzada siguiendo las erróneas
líneas de esta, nuestra sociedad.
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