A veces, las palabras, al igual que los olores,
hacen reaccionar al cerebro y evocan recuerdos y sensaciones que provocan
movimientos internos.
Ayer fue “franela” la que removió mi interior,
cuando al llegar a casa de mis padres, mi madre me anunciaba que me había
puesto en la cama unas sábanas de franela para que durmiera más calentita.
Fue un movimiento suave, sereno, pero que hizo que
mi memoria retrocediera justo un año.
Ese día, unas sábanas de franela viajaron unos
cientos de kilómetros y me rozaron de forma tangencial. Pero fue un roce tan
sutil que no pude apreciar su suavidad ni notar su calor, aunque por ellas pude
recorrer España de punta a punta, desde Granada a Coruña con alguna parada
intermedia.
Gracias a ellas se abrió una noche de cena y teatro,
de tranquila charla y buena compañía.
Todo se esfumó cuando alguien las metió en un horno
que no estaba para bollos, y menos, evidentemente, para sábanas.
De eso ya hace un año, y aunque he hecho amago de
comprar unas sábanas de franela para mi casa, no lo he hecho, porque sé que si
algún día las llego a poner en mi cama seguro que no será lo mismo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario