Un antipático virus me ha tenido sentada de forma
continua en el suelo de mi cuarto de baño, que gracias a que es pequeño, me
permitía tener un brazo sobre el borde de mi bañera mientras el otro se sujetaba
junto a mi cabeza sobre el borde del inodoro. Una postura de lo más elegante.
En mi cabeza delirante, asimilaba mi cuerpo a un
gigantesco frasco de nitroglicerina, que al más mínimo movimiento corría el
riesgo de explotar.
Hoy, después de un par de días sin ingerir nada, salvo
varios litros de aquarius, y habiendo conseguido dormir tres horas seguidas en
el sofá, por fin he sentido de nuevo un voraz ataque de hambre.
He recordado que mi abuela siempre me decía: “Cuando algo se come con ganas y con gusto, nunca
sienta mal”
Dejándome llevar por sus consejos, pero dominada por
mi habitual prudencia, he decidido prepararme lo que en ese momento más me
apetecía, unos macarrones con tomate frito casero, elaborado con todo el amor
de mi madre. La cantidad, algo menos de medio plato. “Pequeño el pecado,
pequeña la penitencia”
Una hora después mi postura volvía a ser la de ayer
y yo me sentía fatal, por una parte, porque vuelvo a sentir la presión del
alienígena que quiere salir de mi cuerpo y por otra parte porque he tirado por
tierra la teoría de mi abuela, que había creído cierta durante cuarenta años.
las abuelas siempre tenemos razón. Ya sabes lo que dicen también las abuelas "sabe más el demonio por viejo que por demonio"
ResponderEliminarCréeme, me hubiese encantado que mi abuela hubiese tenido razón, sobre todo ayer, cuando lo que, con tanto gusto y ganas, me comí, hacía fuerza por salir de mi cuerpo. No es fácil sentir como se desmontan teorías tan arraigadas. Sólo espero que no caigan más.
ResponderEliminar