Me ha vuelto a salir la vena egoísta. A veces, no lo
puedo remediar.
Al salir de una interminable reunión casi a mediodía,
sólo he podido pensar en que mañana es mi último día de trabajo de este año y el
comienzo de mis vacaciones.
Sé que tal y como están las cosas, no es muy
solidario, pero… no lo he podido evitar.
Durante instantes sueltos, al principio, y más de
continuo conforme avanzaba el día, mi cabeza ha ido eliminando los madrugones,
las reuniones, los informes y los problemas técnicos y ha ido incorporando
tiempo para mí, para los niños, para las visitas al hospital y algún que otro
paseo por la principal calle comercial de Mérida. Entradas y salidas sin tener
que mirar el reloj constantemente, maletas que van y vienen y a veces ni se
deshacen, disfrutar de la familia y amigos, y de las fiestas y no fiestas.
Tal ha sido el grado de desconexión anticipada que
cuando he vuelto a tomar contacto con la realidad, me he dado cuenta de que aún
me queda un día y de que, aunque los minutos van a pasar igual que siempre, a
mí se me va a hacer muy, pero que muy largo.
No importa; cuando acabe la jornada seré “libre”, y
cuando vuelva, ya retomaré los asuntos pendientes. Nadie se los va a llevar, de
eso estoy segura. Por quince días tendré, por fin, mis ansiadas vacaciones de
invierno.
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