Al iniciar esta entrada he buscado en el diccionario
la palabra perder. El motivo era asegurarme de que todos aquellos objetos que
yo no consideraba perdidos, sino despistadillos por ahí, no habían ido a parar
al mundo de los objetos perdidos.
Lamentablemente con esta búsqueda he ahogado todas
mis esperanzas, pues la primera acepción de la palabra perder es: “Dejar de
tener o no encontrar alguna cosa que se poseía”. “No encontrar” es para mí la
palabra clave y mi especialidad.
El noventa por ciento de los objetos que habitan en
ese mundo, deben ser míos. Una gran parte de estos, han llegado hasta allí por
esa manía mía de guardar algunas cosas, no donde pudiera parecer lógico, sino
donde primero caben. Otra parte, algo menos importante, son objetos que emigran
allí por falta de uso. Supongo que deben aburrirse de vivir conmigo sin que yo
muestre el más mínimo interés por ellos y simplemente se van con la seguridad
de que tardaré un tiempo en echarlos de menos. Y una última parte, también muy
importante, pero más por su valor que por su cantidad, son de aquellos objetos
que llevan la etiqueta: “Lo voy a guardar aquí, para que no se me olvide”.
Estos han llegado a ese mundo por exceso de celo, aunque evidentemente mal
aplicado. Así deben convivir allí, al menos ocho copias de mi libro de familia,
un par de pasaportes que ya han debido caducar y otros objetos similares.
Sólo me queda el consuelo de que aún tengo objetos
que me son fieles, y que a pesar de mis despistes, hacen un verdadero esfuerzo
por permanecer conmigo. Hoy ha vuelto a aparecer mi pitillera, a la que me
resistía a dar por perdida, pero que ha andado despistadilla cuatro o cinco
días.
No hay comentarios:
Publicar un comentario