Ayer no fue un día de color rosa, sino un fantástico
día de otoño que presentaba una extensa gama de colores verdes, marrones y
ocres.
Mientras paseaba cerca del río y disfrutaba del paisaje,
iba pensando en que mis impuestos tienen otro destino además de llenar los
sobres de unos y otros, cuadrar la caja B de algunas empresas beneficiarias de
malversaciones y pagar los sueldazos y los gastos correspondientes a las fiestas, viajes y
celebraciones variopintas de quienes ostentan altos cargos y se creen con
derecho a todo.
Si bien una buena parte está destinado a todo eso,
otra parte, de la que desconozco la cuantía, es como un pequeño plan de
inversiones del que obtengo mi particular beneficio en el día a día; pudiendo
disfrutar de una zona de paseo en un bonito parque, de un puente que me permite
cruzar el río sin riesgo de ser atropellada y de una biblioteca que me proporciona
un buen servicio de asesoramiento y préstamo, y que visito con asiduidad, entre
otras cosas. Y todos estos servicios sin coste adicional, que no gratis, pero
sin necesidad alguna de liquidez económica inmediata.
Como no quise estropear el día, que lucía espléndido,
no me paré a pensar de cuántas cosas más podríamos disfrutar todos y de cuántas
menos nos recortarían si el cien por cien de mis impuestos y los de los demás
se destinaran donde debieran.
Aunque sólo fuese por un día, prefería quedarme con
la parte positiva. El día y sus colores, se lo merecían.
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