No sé si debería empezar a preocuparme. Yo, que soy
de poca cocina, he entrado en ella por segunda vez en muy poco tiempo y
casualmente repitiendo tema. En este caso la repostería.
Esta vez la motivación ha sido, principalmente,
económica.
Hace unos días, mientras daba un paseo, junto a una
amiga, por la madrileña calle “Diego de León” pudimos ver en uno de los
escaparates unas despampanantes torrijas. A mi amiga se le fueron los ojos detrás
del deseado manjar. Sin embargo, a mí se me fueron los ojos directos al precio:
2,95 € la unidad.
En mi cabeza, aturdida por esos números, se
mezclaban ingredientes como pan, leche, huevo y aceite. Y tras un escalofrío no
pude evitar un: ¡Por Dios! ¿De dónde sacan esos precios? ¡Cómo han cambiado las
cosas! Ese postre, que según me contaba mi abuela, estaba destinado antaño a
llenar las panzas de los pobres, se cotiza ahora a precios desorbitantes como exquisitez
para degustar sólo por los más pudientes.
Radicalmente corté cualquier iniciativa de compra
del producto ofreciéndome a hacerlas yo misma cuando llegáramos a casa.
Por suerte, al llegar por la noche al hogar, no teníamos
pan (ingrediente principal), lo que me dio el margen necesario para realizar la
oportuna investigación, pues no sólo no las había hecho en mi vida, sino que no
tenía ni idea de cuál era el procedimiento ni los ingredientes exactos. Yo tan
lanzada como siempre y metiéndome en líos sin necesidad.
Ya por la mañana y dándole vueltas al mismo tema,
decidí que lo mejor en estos casos es llamar a mi madre. Ni You Tube, ni
tutoriales, ni porras, para estas cosas las madres son las mejores maestras,
aunque sea por teléfono.
La indicaciones debieron ser muy buenas, pues la
elaboración que me habían anunciado como engorrosa y lenta, no me llevó más de
cuarenta y cinco minutos, limpieza incluida.
Con algo más del coste de una torrija, yo elaboré
16, gustaron a todo el mundo y duraron poco más de un día.
Mi grado de satisfacción superó con creces cualquier
expectativa, no sólo por el éxito del resultado, sino por el importante ahorro
que rondaba los 40 €.
Y es que una cosa es ser generosa y otra
despilfarrar de esa manera como si el dinero cayese de los árboles como las
hojas en otoño.
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