sábado, 13 de abril de 2013

LA REBELIÓN DE LAS MÁQUINAS.


Mi casa ha sufrido las consecuencias de una extraña semana de locura. Mucho tiempo fuera de ella, entradas y salidas fugaces, y ni un alma caritativa que limpiara el polvo, barriera, fregara o retirara algún bártulo del medio.
Esta mañana, lo que deberían haber sido las labores de limpieza, han sido sustituidas por una imprevista llamada, una ducha más o menos rápida, vistazo general de que todo estaba manga por hombro, mirada al reloj como confirmación de que llegaba tarde y salida de casa cerrando los ojos y sin mirar atrás.
Ya de vuelta, rondando las seis de la tarde, he recordado que no había desprogramado mi fantástico robot aspirador. Tengo un robot aspirador, de los que los programas y se pone en marcha todos los días, a la misma hora. Él solo, te barre la suciedad del suelo haciendo maniobras que a ti te parecen aleatorias y que él tiene perfectamente calculadas, y cuando finaliza o se le agota la batería, vuelve solo a su refugio.
Ese robot, que originalmente, en la carta a los Reyes Magos, era un libro electrónico, y que por obra de algún duende maligno, o de una madre dispuesta a amenizar las tareas del hogar que sabe que su hija tanto odia, se convirtió en un miembro más de mi extraña familia, recorre ahora todos los días cada centímetro de mi hogar, realizando una tarea impecable. El único requisito que tiene es que hay que quitar todo tipo de obstáculos que le impidan realizar su labor: cables, sillas, etc. Y en el caso de no haberlo hecho, es conveniente desprogramarlo para evitar que mientras no estés en casa, este objeto cobre vida y provoque alguna catástrofe. Cuestión que he ido haciendo cada día, esta semana, porque no tenía tiempo de quitar todas las cosas del medio y prefería el desorden al caos.
En eso andaban mis pensamientos, imaginándome qué cuadro dantesco me podía encontrar cuando llegara a casa, cuando me he dado cuenta de que si alguna vez se produce la rebelión de las máquinas, creo que tengo un alto porcentaje de probabilidades de que comience en mi casa.
Los aparatos electrónicos van teniendo cada día más autonomía y más inteligencia (que algunos osan llamar artificial), son programables y normalmente empiezan a funcionar como el del chiste, “estés tú o no estés tú”.
De esta forma me puedo encontrar algún día con que mi lavadora absorba toda la ropa que voy dejando cerca, con la esperanza de que ella sola se introduzca en el tambor, que el robot de cocina guise lo que le dé la gana con o sin ingredientes, que el lavavajillas empiece a escupir agua intentando fregar cualquier cosa a la que llegue con la potencia de su chorro de agua y todo esto recibiendo órdenes desde una televisión que tome las riendas de la casa a falta de un humano que ponga orden en toda esa rebelión.
Al entrar en el salón de mi casa, he podido observar que todo seguía igual de desordenado y que el robot no se había movido de su sitio, por lo que la última vez que lo toqué debí desprogramarlo del todo.
Respiré tranquila, pero inmediatamente y en previsión de evitar esa rebelión, tomé la decisión de tomarme mucho más en serio el control de tanto aparato inteligente.

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