Ayer fue un día de altibajos. El estado de ánimo fue
variando según el momento del día, llegando a su estado más bajo justo al mediodía, cuando disponía a montarme en el coche y emprender mi camino hacia la
comida familiar de cada semana. Las preocupaciones variopintas, había donde
elegir, propias, ajenas, cercanas y lejanas.
En el trayecto, puse en práctica algo que no hacía desde
mucho tiempo atrás.
Autovía, kilómetros por delante y música muy alta
(nivel 20 del aparato). Le tocó a Melendi. No fue elección personal, era lo que
ponían en la radio, pero cumplió su cometido. Si te gusta conducir, no es
necesario un BMW, un triciclo y unos buenos cascos enchufados a una radio,
habrían dado el apaño, aunque algo más lento.
Al llegar a destino, la cosa pintaba de otra manera
y como además hacía buen día, pudimos comer fuera. El momento más álgido fue la
sobremesa, que mientras los demás la disfrutaban sentados a la mesa y con
conversaciones banales, yo realizaba una expedición, junto a mis dos sobrinas
mayores, en busca del río Galapagar, donde de pequeña iba con mis amigos a
pescar. Prueba conseguida. No sólo lo encontramos, sino que además nos reímos
un rato, mientras lo buscábamos y al encontrarlo, cuando les contaba alguna de
las aventuras acaecidas en esas abruptas orillas.
A veces, es bueno buscar el momento que te
proporcione unas risas para aparcar por un rato las preocupaciones a un lado.
Al retomarlas suelen tener un color, que como poco tiene un tono menos oscuro.
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