A veces, cuando una se dedica a mirar hacia atrás,
se le va la vista más de la cuenta.
Estas fechas son muy propias para hacer ejercicio de
repaso, y esta tarde tras salir de la última visita del año a la biblioteca, ha
surgido una noche de chocolate calentito, churros y brasero con una compañía
inmejorable, todo ello muy propicio para hurgar en la memoria.
El balance, que en estas circunstancias suele ser
anual, se nos ha ido un poco de las manos y ha abarcado algo así como una generación
y media, llegando incluso a comentarios sobre lugares y hechos que sucedieron
antes de que yo naciera.
Hemos hecho una parada especial en algo que, en la
época en que yo era bebé, estaba muy en auge y de lo que según me contaron años
después yo fui una víctima. “El mal de ojo”. Aquello no tuvo consecuencias pues
mi Tata, que estaba muy puesta en estos temas, me llevó a casa de la señora
Eusebia, especialista en tratar estos asuntos, que me aplicó los remedios de la
época entre los que se incluían llevar las braguitas del revés durante un mes,
más o menos. Cómo entonces yo tenía algo menos de un año, gracias a Dios, no
tuve ni oportunidad de traumatizarme.
Unos temas han ido llevando a otros que han
terminado en varios ataques de risa, que aunque no han facilitado en absoluto
la digestión de los churros, si que nos han proporcionado una agradable
sensación anímica y una noche perfecta.
Ahora de vuelta en casa, me pregunto si no debería
buscar información sobre alguno de estos rituales que mucha gente tiene por
costumbre realizar en el momento del tránsito de un año a otro y que te
garantizan salud, dinero y trabajo; aunque no soy yo de mucha parafernalia, la
verdad.
De todas formas y aunque no sé si algunos de estos
remedios pueden servir también para prevenir las malas historias, voy a
aprovechar que todavía tengo tiempo y pensaré cómo voy a ponerme la ropa
interior mañana para dar la bienvenida al nuevo año, si del derecho o del revés.
Si entonces funcionó ¿Por qué no ahora?
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