domingo, 23 de diciembre de 2012

ESPAÑOL-BEBÉ, BEBÉ-ESPAÑOL


Nuestra capacidad para aprender va disminuyendo conforme aumentamos la edad. Es más, llegado cierto momento estoy segura de que nuestro cerebro se colapsa para según qué temas.
Mi sobrina, en la fiesta de su segundo cumpleaños, hace unos días, totalmente ajena a esa costumbre social que tienen los humanos de mostrar una aparente felicidad, independientemente de su verdadero estado de ánimo, tenía un considerable cabreo al inicio del “sarao”.
En un principio, nadie entendía porqué al ofrecerle los regalos propios del día, la niña lloraba desconsolada y se aferraba a los brazos de su tía. Todos entendíamos que la criatura debía estar contenta de tenernos allí y feliz porque era el día de su cumpleaños, como si con esa edad se pudiera entender el motivo de la celebración.
Al rato nos enteramos que al despertarla de la siesta ella no manifestó ningún interés por ver a nadie y sí por seguir durmiendo en su camita que era dónde más a gusto estaba. No sabe mi niña cuanto la entiendo.
Por supuesto las velas de la tarta dijo, sin decir nada pero muy expresivamente, que las soplara otro que a ella eso le daba igual. Y ante cada “sonríe a la foto, mi vida” la niña volvía la cabeza para evitar ser fotografiada. El reportaje, evidentemente no hay por donde cogerlo.
En el transcurso de la fiesta y una vez le abrimos los regalos y pudo ver el contenido de aquellos paquetes, la cosa se fue animando, se soltó de los brazos del asistente que la sujetaba, fue cogiendo algunos de los juguetes y comenzó a ir diciendo pequeñas frases en su particular idioma. Ese idioma que conforme nos vamos haciendo mayores cada vez nos cuesta más entender. Ese que muchas veces pedimos a otros niños que nos lo traduzcan porque a nosotros los adultos se nos ha ido borrando de nuestro vocabulario, aprendido antaño.
Hubo un momento en que la niña pronunció una frase que el grupo de adultos con el que estaba no conseguía entender a pesar de que la repetía una y otra vez. Los adultos iban preguntando por turnos: ¿Qué quieres cariño, salchichita? ¿Quieres jugar con la casita? ¿Buscamos la pelotita? ¿Te quieres sentar en tu sillita?... Todo lo que la niña hacía antes de volver a repetir la frase era negar con la cabeza.
Con paciencia infinita, iba de grupo de adultos en grupo de adultos repitiendo una y otra vez la frase con la esperanza de que alguien la entendiera en vez de desesperarse y ponerse a gritar que es lo que habitualmente hacemos los adultos cuando no se nos entiende.
Cuando uno de los tíos de la criatura tuvo la ocurrencia de cogerla en brazo y pudo olfatear el origen de la frase, la separó de él todo lo que sus brazos le dieron de largo, puso cara de asco y la llevó hasta donde estaba yo diciendo que había que cambiarle el pañal. A la niña le había quedado una bonita sonrisa en la cara tras marcarse una carcajada en plan “¿pero estáis tontos?, si llevo un rato diciéndolo”.
Y aunque llevo trece años practicando el idioma (los que hace que los niños entraron en mi vida de forma más o menos continua) me estoy dando cuenta que cada vez lo entiendo menos, y eso no puede ser otra cosa que consecuencia de mi colapso cerebral que me impide retener conceptos aprendidos, porque antes los entendía perfectamente y ahora cuando me hablan los miro como si fueran extraterrestres.
Como estas son fechas muy apropiadas para salir de compras, incluiré en la lista un buen diccionario Español-Bebé, Bebé-Español.

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