Esta mañana cuando tomaba conciencia del día, una
espada sideral amenazaba con taladrar mi cara con su rayo laser. Mi despertar,
habitualmente lento, se ha precipitado obligándome a realizar un par de ágiles
giros para coger un escudo protector. Esto me ha permitido llegar hasta mi
espada con la que he luchado hábilmente hasta que mi oponente ha hecho una
habilidosa y rápida recarga que hacía que cada vez que me rozaba con su arma me
produjera una terrible descarga eléctrica que me dejaba temblando durante
algunos segundos.
Cuando conseguí llegar a mi trinchera pude coger el
resto de mis armas y contraatacar, pero mi principal enemigo iba agotando mis
vidas una tras otra, pues como tiene 5 años, me supera en imaginación y ha conseguido
unas armas que ya las quisieran los de la Guerra de la Galaxias.
En el desarrollo de mi última vida, todos los
cojines de la casa ya habían caído en su labor de escudos, de bombas y de
arietes, las sábanas habían servido como redes de piratas del espacio y las
zapatillas que han caído en nuestras manos habían sido nuestros sistemas de
teletransporte hasta haberlas usado todas.
En la última de mis muertes mi sobrino se declaraba
vencedor saltando ya por el salón de la casa y gritando a viva voz que era el
mejor luchador del espacio.
Recoger todo antes de desayunar, ha sido una
laboriosa tarea, pero ha merecido la pena. Hacía mucho tiempo que no disfrutaba
tanto con una batalla tan completa a pesar de encontrarme en clara desventaja.
Dudo que alguien me pueda hacer un regalo de Navidad mejor que esa gran batalla, con su sonrisa final y el abrazo de consuelo de vencedor a vencida.
Dudo que alguien me pueda hacer un regalo de Navidad mejor que esa gran batalla, con su sonrisa final y el abrazo de consuelo de vencedor a vencida.
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