Como colofón de esta semana, un viaje. Corto, ida y
vuelta en el día, pero tranquilo y con muchas posibilidades.
El destino es Badajoz, que todavía dormita cuando
llego al corazón de la ciudad.
Algún coche que otro transita por sus grandes
avenidas, pero en su mayoría esperan ansiosas el ir y venir de la gente que se
entrecruzará sin darse en muchas ocasiones ni los buenos días. ¡Así es la
ciudad!
Es buen momento para aparcar en el centro. No hay
filas de coches pendientes de tus movimientos, lo que te permite ir mirando
detenidamente cada una de las calles por las que pasas y detenerte en los
cruces pausadamente. Hay mucho sitio, te puedes permitir el lujo de elegir.
La soledad, que a mucha gente asusta, me parece
perfecta para según qué momento, por ejemplo pasear por el centro de una
ciudad que quiere empezar a despertar.
Hace frío y el momento invita a café, pero no en
cualquier sitio. En la Plaza, una pequeña cafetería de esquina con mesas de
madera tras una gran cristalera por la que entra un radiante sol de otoño. Soy
poco rentable, lo sé. Hora y media delante de un café, el periódico y el
suplemento no va a sacar de la quiebra al sector de la hostelería.
Cerca de la Catedral un grupo de jóvenes realizan
actividades al frío aire libre. Están sentados en el suelo formando un círculo.
A veces aplauden y va cambiando la persona que está en el centro. No sé en qué
consiste la actividad, sin embargo, al observar sus movimientos me trasmiten
serenidad y alegría. Pienso en ellos y veo futuro, lejos de botellones, drogas,
noches de desenfreno y descontrol. Ignoro por qué se me ha venido ese pensamiento
a la cabeza, pero me resulta agradable seguir observándolos.
Al atravesar otra plaza, ya de vuelta hacia el
coche, soy consciente de que la ciudad ha cogido su ritmo. Es media mañana y
los niños lo invaden todo. Realizan diversas actividades propuestas por
dinamizadores que las tiene distribuidas por edades. Ríen, saltan y bailan al
son de la música mientras sus padres los vigilan desde los laterales vallados.
Todo esto es como mirar el mundo por un agujerito.
Como ver el inicio de una típica película navideña. Transito por esas calles
con toda la tranquilidad del mundo. Hoy no tengo que acatar ni dar órdenes, no
voy pendiente de horarios, no tengo prisa, simplemente no tengo que hacer nada.
Se me escapa una sonrisa ante esa sensación.
Ya en el coche pongo rumbo hacia un nuevo centro
comercial. Allí están las nuevas tendencias, incluso las sociales. Macro edificio
repleto de tiendas y de gente. Esto es así, no hay ciudad que se tenga por tal
que no cuente con un Mega Centro Comercial. Muchedumbre que te lleva de un lado
a otro, golpes al entrar y salir de cualquier parte y mucho estilo en todo,
pero un estilo al que no acabo de adaptarme. Incluido el tiempo de buscar
aparcamiento y salir del mismo, no superé los cincuenta minutos. Otra vez más,
estos lugares consiguen vencerme. Yo sigo entrenando, más con la intención de
conseguir un empate que con el de salir ganadora.
La ciudad lleva ya un ritmo que intento por todos
los medios que no me alcance, pero que es la dinámica normal hasta que llegue
el momento en que vuelva a dormitar, porque aquí, todavía, las ciudades
duermen.
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