domingo, 2 de diciembre de 2012

AMANECER DE UNA CIUDAD


Como colofón de esta semana, un viaje. Corto, ida y vuelta en el día, pero tranquilo y con muchas posibilidades.
El destino es Badajoz, que todavía dormita cuando llego al corazón de la ciudad.
Algún coche que otro transita por sus grandes avenidas, pero en su mayoría esperan ansiosas el ir y venir de la gente que se entrecruzará sin darse en muchas ocasiones ni los buenos días. ¡Así es la ciudad!
Es buen momento para aparcar en el centro. No hay filas de coches pendientes de tus movimientos, lo que te permite ir mirando detenidamente cada una de las calles por las que pasas y detenerte en los cruces pausadamente. Hay mucho sitio, te puedes permitir el lujo de elegir.
La soledad, que a mucha gente asusta, me parece perfecta para según qué momento, por ejemplo pasear por el centro de una ciudad que quiere empezar a despertar.
Hace frío y el momento invita a café, pero no en cualquier sitio. En la Plaza, una pequeña cafetería de esquina con mesas de madera tras una gran cristalera por la que entra un radiante sol de otoño. Soy poco rentable, lo sé. Hora y media delante de un café, el periódico y el suplemento no va a sacar de la quiebra al sector de la hostelería.
Cerca de la Catedral un grupo de jóvenes realizan actividades al frío aire libre. Están sentados en el suelo formando un círculo. A veces aplauden y va cambiando la persona que está en el centro. No sé en qué consiste la actividad, sin embargo, al observar sus movimientos me trasmiten serenidad y alegría. Pienso en ellos y veo futuro, lejos de botellones, drogas, noches de desenfreno y descontrol. Ignoro por qué se me ha venido ese pensamiento a la cabeza, pero me resulta agradable seguir observándolos.
Al atravesar otra plaza, ya de vuelta hacia el coche, soy consciente de que la ciudad ha cogido su ritmo. Es media mañana y los niños lo invaden todo. Realizan diversas actividades propuestas por dinamizadores que las tiene distribuidas por edades. Ríen, saltan y bailan al son de la música mientras sus padres los vigilan desde los laterales vallados.
Todo esto es como mirar el mundo por un agujerito. Como ver el inicio de una típica película navideña. Transito por esas calles con toda la tranquilidad del mundo. Hoy no tengo que acatar ni dar órdenes, no voy pendiente de horarios, no tengo prisa, simplemente no tengo que hacer nada. Se me escapa una sonrisa ante esa sensación.
Ya en el coche pongo rumbo hacia un nuevo centro comercial. Allí están las nuevas tendencias, incluso las sociales. Macro edificio repleto de tiendas y de gente. Esto es así, no hay ciudad que se tenga por tal que no cuente con un Mega Centro Comercial. Muchedumbre que te lleva de un lado a otro, golpes al entrar y salir de cualquier parte y mucho estilo en todo, pero un estilo al que no acabo de adaptarme. Incluido el tiempo de buscar aparcamiento y salir del mismo, no superé los cincuenta minutos. Otra vez más, estos lugares consiguen vencerme. Yo sigo entrenando, más con la intención de conseguir un empate que con el de salir ganadora.
La ciudad lleva ya un ritmo que intento por todos los medios que no me alcance, pero que es la dinámica normal hasta que llegue el momento en que vuelva a dormitar, porque aquí, todavía, las ciudades duermen.

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