Al dar las siete en punto, el radio-reloj despertador
emitió un haz de luz que proyectaba la hora sobre el techo de la habitación.
El marido se levantó y comenzó con las tareas
matutinas de todos los días, conectar el calefactor del cuarto de baño,
preparar el café, sacar la ropa de ella del armario y colocarla sobre la silla
cercana a la cama. Entonces eran las siete y cuarto y el radio-reloj despertador
comenzó a sonar en la emisora de todos los días. Primero con un volumen bajito
para ir subiendo poco a poco hasta llegar a un volumen normal para esa hora.
La esposa abrió los ojos y pudo observar a su marido
mirándola fijamente y ofreciéndole unos sonrientes buenos días seguidos del
primer beso del día.
Mientras ella se duchaba, el preparaba tostadas,
zumo y vestía la mesa.
Al salir del baño para dirigirse a la habitación a
vestirse, el olor a café espabiló las neuronas que se habían resistido al agua
de la ducha.
Ya en la habitación, el radio-reloj despertador,
anunciaba con melodiosa voz que eran las siete y media.
Se dirigió al salón y allí estaba su marido,
esperándola junto a la mesa digna del mejor restaurante, para ofrecerle la
silla y otro beso.
Quince minutos después, tras haber degustado juntos un
fabuloso desayuno, el radio-reloj despertador anunciaba la hora de salir de
casa para llegar al trabajo.
El marido sujetaba su abrigo mientras le deseaba un
feliz día.
Yo quiero uno como ese.
Un radio-reloj despertador, evidentemente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario