martes, 4 de septiembre de 2012

LA POLÍTICA DEL TERROR.


Llega el final de la jornada y el personal comienza a temblar. Llevan días escuchando rumores. Se van a producir despidos. Sonaban campanas sobre los de atención al público, aunque también alguien dijo algo acerca de traslados.
Bueno, dijo uno de ellos, avisarán con tiempo, no hay que preocuparse. Todos los demás lo miraron con asombro e incredulidad ante tanta ignorancia.
Era viernes, y como otros viernes los acontecimientos podían precipitarse en cualquier momento. Ya no sólo había que preocuparse de las decisiones de los viernes del gobierno. Ahora las tenían más cerca y aunque afectados por todas, el efecto de estas podía ser directo e inmediato.
Llego la hora de salir y no hubo novedades. Nadie llamó desde ninguna otra delegación por lo que dedujeron que no había pasado nada. Todos respiraron y pensaron en una semana más por delante. Esfuerzos fuera de sus competencias que les ofreciera la posibilidad de hacerse notar más que los demás para poder mantener el puesto y que el viernes siguiente fuera otro el despedido.
Todo el fin de semana para reducir todos los planes personales a una semana vista. Ahí quedaba toda la perspectiva.
Al llegar al lunes echaron en falta a una persona. Era raro pues nunca llegaba tarde.
A media mañana, cuando alguien se atrevió a preguntar por ella, sólo se escuchó la palabra despedida.
Al parecer fue llamada al despacho del jefe en el último instante, antes de salir, el viernes, donde otra compañera le pagó la última nómina y le dio la carta y el finiquito. Ni siquiera el jefe dio la cara.
Fue entonces cuando llegó la noticia de que un compañero de otra delegación también había sido despedido. A este se lo comunicaron por teléfono.
Al conocimiento de la noticia, todo el mundo agachó la cabeza y comenzó a trabajar con más ahínco, si cabe. Otra semana para temblar.
Sin duda funciona, la política del terror aumenta la productividad y disminuye las quejas.

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