Tom Sawyer fue el primer niño que me robó el corazón
en el transcurso de mi lectura sobre sus aventuras.
En el tiempo que tardé en leerlo, usé un marcador de
páginas que sin ser importante al principio, no fui capaz de sacarlo del libro
una vez lo hube terminado.
En ese momento lo miré y me pareció que sacarlo de
ese mundo era como quitarle la posesión que había ido adquiriendo impregnándose
de él mientras permanecía allí. Era como robarle todo el carisma que el propio
Tom le había ido dando en los momentos en los que el libro permanecía inmóvil
sobre el escritorio de mi dormitorio, cuando yo no lo estaba leyendo.
Lo doté de alma y ya no se la podía robar. Ese
marcador sigue allí, dentro del libro y a veces cuando lo vuelvo a abrir pienso
que quizá lo haya hecho prisionero de una sola aventura, privándolo de un mundo
lleno de posibilidades, sin embargo, cuando intento sacarlo del libro algo me
dice que no está bien, que ese marcador pertenece al libro y el libro al
marcador. Se han hecho el uno al otro y son inseparables.
Esa primera experiencia con el marcador de páginas se
marcó en mi vida, hasta el punto que, a pesar de que me han regalado marcadores
en distintas ocasiones, actualmente no tengo ninguno al uso, lo que realmente
comienza a ser un problema, pues convierto en marcador cualquier cosa que sea lo
suficientemente plana y después no soy capaz de devolverlo a su uso. Así se han
quedado en libros alguna postal, un ticket del supermercado, una carta que
anunciaba una reunión de vecinos y cosas por el estilo.
Un año los Reyes Magos me regalaron un marcador que
estéticamente me pareció muy chulo, sin embargo, finalizar el libro para el que
lo usé me produjo una sensación de tranquilidad increíble más por el hecho de
no tener que batallar con el marcador que por el contenido del libro. Es
metálico y con forma redondeada en uno de los extremos, de donde cuelga una
pequeño búho de cerámica. El hilo que sujeta la figura tiene el largo justo
para que cada vez que movía el libro, cuando lo leía tumbada, el búho golpeara
mi frente dejándome dolorida y con cara de imbécil. Esto sucedió más de una vez
a pesar de poner todo el cuidado del mundo en cada movimiento. El libro, del
que guardo un vago recuerdo, trataba sobre hadas y hechizos y llegué a pensar
que alguno de ellos se había apoderado del alma del marcador.
En los libros que no son de mi propiedad, suelo emplear
marcadores que no resulten especialmente personales porque sé que cuando los
devuelva se irán con ellos.
A lo mejor hay personas a las que les resulte cómodo
encontrarse el libro con un marcador y lo mantienen allí.
Ya hace algún tiempo, que suelo devolver los libros
con alguna anotación en el marcador de páginas y de hecho en una ocasión volvió
a mis manos un libro que para leerlo por segunda vez traía el mismo marcador de
páginas y algunas anotaciones que habían ido añadiendo otros lectores. Me produjo una agradable sensación.
Hoy por hoy, cuando regalo un libro lo hago siempre
con el marcador de páginas correspondiente, para que nadie se tenga que
encontrar con el mismo problema que yo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario