martes, 11 de septiembre de 2012

EL MARCADOR DE PÁGINAS


Tom Sawyer fue el primer niño que me robó el corazón en el transcurso de mi lectura sobre sus aventuras.
En el tiempo que tardé en leerlo, usé un marcador de páginas que sin ser importante al principio, no fui capaz de sacarlo del libro una vez lo hube terminado.
En ese momento lo miré y me pareció que sacarlo de ese mundo era como quitarle la posesión que había ido adquiriendo impregnándose de él mientras permanecía allí. Era como robarle todo el carisma que el propio Tom le había ido dando en los momentos en los que el libro permanecía inmóvil sobre el escritorio de mi dormitorio, cuando yo no lo estaba leyendo.
Lo doté de alma y ya no se la podía robar. Ese marcador sigue allí, dentro del libro y a veces cuando lo vuelvo a abrir pienso que quizá lo haya hecho prisionero de una sola aventura, privándolo de un mundo lleno de posibilidades, sin embargo, cuando intento sacarlo del libro algo me dice que no está bien, que ese marcador pertenece al libro y el libro al marcador. Se han hecho el uno al otro y son inseparables.
Esa primera experiencia con el marcador de páginas se marcó en mi vida, hasta el punto que, a pesar de que me han regalado marcadores en distintas ocasiones, actualmente no tengo ninguno al uso, lo que realmente comienza a ser un problema, pues convierto en marcador cualquier cosa que sea lo suficientemente plana y después no soy capaz de devolverlo a su uso. Así se han quedado en libros alguna postal, un ticket del supermercado, una carta que anunciaba una reunión de vecinos y cosas por el estilo.
Un año los Reyes Magos me regalaron un marcador que estéticamente me pareció muy chulo, sin embargo, finalizar el libro para el que lo usé me produjo una sensación de tranquilidad increíble más por el hecho de no tener que batallar con el marcador que por el contenido del libro. Es metálico y con forma redondeada en uno de los extremos, de donde cuelga una pequeño búho de cerámica. El hilo que sujeta la figura tiene el largo justo para que cada vez que movía el libro, cuando lo leía tumbada, el búho golpeara mi frente dejándome dolorida y con cara de imbécil. Esto sucedió más de una vez a pesar de poner todo el cuidado del mundo en cada movimiento. El libro, del que guardo un vago recuerdo, trataba sobre hadas y hechizos y llegué a pensar que alguno de ellos se había apoderado del alma del marcador.
En los libros que no son de mi propiedad, suelo emplear marcadores que no resulten especialmente personales porque sé que cuando los devuelva se irán con ellos.
A lo mejor hay personas a las que les resulte cómodo encontrarse el libro con un marcador y lo mantienen allí.
Ya hace algún tiempo, que suelo devolver los libros con alguna anotación en el marcador de páginas y de hecho en una ocasión volvió a mis manos un libro que para leerlo por segunda vez traía el mismo marcador de páginas y algunas anotaciones que habían ido añadiendo otros lectores. Me produjo una agradable sensación.
Hoy por hoy, cuando regalo un libro lo hago siempre con el marcador de páginas correspondiente, para que nadie se tenga que encontrar con el mismo problema que yo.

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