Al levantarme
esta mañana el primer comentario que llegó a mis oídos fue que ya habían
aparecido Ruth y Jose.
Durante un
segundo, o quizás menos, tan sólo fue un instante, pero mis pulmones se
llenaron como si en ese momento hubiese aprendido a respirar. Y tan solo fue
ese instante porque la frase continuó con que habían aparecido calcinados en
una finca propiedad de los abuelos.
Sentí como si
una espada se me hubiera clavado y me desinflara, echando todo el aire que se
me antojaba envenenado.
No soy nadie
para hacer juicios ni declarar culpables, pero recordé a mi abuela en sus
procesos de investigación de trastadas diciéndonos que al que no dijera la
verdad se le caería una mano o le engordaría la lengua o algo así y entonces,
con las lágrimas haciendo fuerza por salir de mis ojos me hubiera gustado que
ese proceso de detección de culpables se hiciera realidad en este caso y en
otros tanto, donde realmente, lo único que se sabe es quienes eran los
inocentes y por desgracia las víctimas.
De momento se
seguirán los procedimientos establecidos y llegarán a nuestros oídos aquellas
cuestiones, que no siendo secreto de sumario, tenga relevancia o morbo, que en
definitiva es lo que más vende. Y con un poco de suerte al desgraciado o
desgraciada que les ha robado la vida, cuando casi no había comenzado, pasará
muchos años de la suya en la cárcel. Que así sea.
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