lunes, 13 de agosto de 2012

LA SALA DE ESPERA


Hay personas de todas las edades. En hematología no hay diferencias, pues de la sangre se trata y de eso, tenemos todos. (Aunque algunos parezca que tengan horchata)
Un anciano en silla de ruedas, acompañado por dos de sus hijas, gira la cabeza a un lado y a otro con los ojos expectantes. Las dos hermanas, hablan entre sí confirmando citas pasadas, diagnósticos y tratamientos con sus fechas correspondientes. Hablan como si él no estuviera presente. Supongo que por la mente del anciano deben estar desfilando pensamientos variopintos, sin embargo no pronuncia palabra.
A un par de metros una pareja intenta entretener a sus dos retoños, niño y niña, que no distan entre sí más de un año, rondando la niña los quince meses y el niño algo más de dos añitos. La madre ameniza el rato cantando canciones de los Cantajuegos que la niña baila con toda la gracia del mundo. El padre recorre pasillos arriba y abajo persiguiendo al pequeño en sus intentos de fuga. Ambas criaturas viven ajenas a todo lo que sucede detrás de esa puerta, donde cientos de agujas esperan a que llegue el momento estelar de su vida en la realización de su única extracción.
Alrededor de una mesa de centro un niño de unos cinco años interrumpe la tranquilidad de la sala alternando sus diversas trastadas con las frases de perdón que responden a las inútiles amenazas de su madre, quien por otra parte se pasa el tiempo charlando con la que debe ser la abuela del travieso. La última jugada del pequeño diablillo ha sido deslizar un pequeño coche sobre la mesa, ejerciendo tanta presión sobre el juguete, que las ruedas del vehículo se han hundido hasta que la parte metálica ha dejado un arañazo sobre la mesa que nos ha puesto los pelos de punta a todos los asistentes. Eso después de que su madre le dijera por tres veces: “Cariño, despacito, ¿vale?”
Al fondo de la sala, como formando parte de la decoración, sentados en tres sillas situadas entre dos plantas, un matrimonio con su hija, parecen estar allí como en el salón de su casa. Ninguno de los tres se miran ni se hablan. El padre interactúa con su teléfono móvil, la hija, en plena adolescencia, enreda con algún aparato electrónico imposible de identificar desde donde yo estaba y la madre ojeaba una revista. Han debido ser los únicos que ni siquiera se han inmutado ante el chirrido del arañazo de la mesa.
De vez en cuando alguna enfermera se hace presente y pronuncia algún nombre. Las hay simpáticas y dan amables explicaciones. Otras parece que se hayan tragado un palo de escoba y hayan dejado su mejor sonrisa bien guardada en el cajón de su mesilla.
Una de ellas saca un par de juguetes de una sala con el objetivo de entretener a los más pequeños que parecen querer empezar a revolverse. Esta era de las simpáticas.
Mientras, detrás de la puerta, una aguja está atravesando el hueso de una cadera para obtener médula ósea.
Todo se ve distinto desde este lado de la puerta de la sala de espera.

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