Hay personas de
todas las edades. En hematología no hay diferencias, pues de la sangre se trata
y de eso, tenemos todos. (Aunque algunos parezca que tengan horchata)
Un anciano en
silla de ruedas, acompañado por dos de sus hijas, gira la cabeza a un lado y a
otro con los ojos expectantes. Las dos hermanas, hablan entre sí confirmando
citas pasadas, diagnósticos y tratamientos con sus fechas correspondientes.
Hablan como si él no estuviera presente. Supongo que por la mente del anciano
deben estar desfilando pensamientos variopintos, sin embargo no pronuncia
palabra.
A un par de
metros una pareja intenta entretener a sus dos retoños, niño y niña, que no
distan entre sí más de un año, rondando la niña los quince meses y el niño algo
más de dos añitos. La madre ameniza el rato cantando canciones de los
Cantajuegos que la niña baila con toda la gracia del mundo. El padre recorre
pasillos arriba y abajo persiguiendo al pequeño en sus intentos de fuga. Ambas
criaturas viven ajenas a todo lo que sucede detrás de esa puerta, donde cientos
de agujas esperan a que llegue el momento estelar de su vida en la realización de
su única extracción.
Alrededor de
una mesa de centro un niño de unos cinco años interrumpe la tranquilidad de la
sala alternando sus diversas trastadas con las frases de perdón que responden a
las inútiles amenazas de su madre, quien por otra parte se pasa el tiempo
charlando con la que debe ser la abuela del travieso. La última jugada del
pequeño diablillo ha sido deslizar un pequeño coche sobre la mesa, ejerciendo
tanta presión sobre el juguete, que las ruedas del vehículo se han hundido hasta
que la parte metálica ha dejado un arañazo sobre la mesa que nos ha puesto los
pelos de punta a todos los asistentes. Eso después de que su madre le dijera
por tres veces: “Cariño, despacito, ¿vale?”
Al fondo de la
sala, como formando parte de la decoración, sentados en tres sillas situadas
entre dos plantas, un matrimonio con su hija, parecen estar allí como en el
salón de su casa. Ninguno de los tres se miran ni se hablan. El padre interactúa
con su teléfono móvil, la hija, en plena adolescencia, enreda con algún aparato
electrónico imposible de identificar desde donde yo estaba y la madre ojeaba
una revista. Han debido ser los únicos que ni siquiera se han inmutado ante el
chirrido del arañazo de la mesa.
De vez en
cuando alguna enfermera se hace presente y pronuncia algún nombre. Las hay
simpáticas y dan amables explicaciones. Otras parece que se hayan tragado un
palo de escoba y hayan dejado su mejor sonrisa bien guardada en el cajón de su
mesilla.
Una de ellas
saca un par de juguetes de una sala con el objetivo de entretener a los más
pequeños que parecen querer empezar a revolverse. Esta era de las simpáticas.
Mientras, detrás
de la puerta, una aguja está atravesando el hueso de una cadera para obtener
médula ósea.
Todo se ve
distinto desde este lado de la puerta de la sala de espera.
No hay comentarios:
Publicar un comentario