lunes, 20 de agosto de 2012

"EL CRIMEN PERFECTO"


El miércoles por la tarde recibí una llamada.
-¿Te apetece ir al teatro el viernes por la noche? Es en una localidad cercana y el nombre de la obra “El crimen perfecto
Acepté casi sin pensarlo. La oferta me parecía más que buena, aunque desconocíamos el lugar de la representación y la compañía de actores.
Hice varios intentos para averiguar el sitio, pero todo lo que obtuve por respuesta fue que era un pueblo pequeño, que cuando llegáramos allí, preguntásemos que sería fácil, seguro que no había muchos sitios.
Aún así, nos lanzamos a la aventura con las expectativas de pasar una agradable noche de teatro.
Al llegar al pueblo, efectivamente, era la suficientemente pequeño como para que nos diesen las indicaciones necesarias, aunque al preguntar la gente nos miraba con cara rara. El comentario a eso era evidente, somos los extraños que vienen al pueblo y la gente nos mira como a los desconocidos turistas propios del mes de agosto.
Nos indicaron muy amablemente para que nos dirigiéramos a un mesón, pues allí era donde iba a tener lugar el acontecimiento.
Calle arriba, calle abajo, vuelta por aquí, vuelta por allá y tras ver la iglesia por el frontal y por las traseras, accedimos al local.
¿Es aquí donde se va a representar la obra “El crimen perfecto”? –pregunté al camarero que estaba detrás de la barra. El hombre me respondió con una pregunta que me quedó un poco fuera de juego -¿obra? –Sí- contesté yo. Sin ofrecerme ninguna explicación que a mí me pareciera coherente, pero con bastante simpatía, me invitó a que entrara en la terraza del local y que echara un vistazo.
Cuatro críos bailaban al son de una música que varios técnicos intentaban coordinar entre ordenadores y altavoces. Ni una sola silla y ni rastro de un escenario.
Volví a entrar con cierta sonrisa en mis labios y le dije al camarero que aquello tenía pinta de ser un concierto o algo así.
-Sí señora, música de “pachangeo” al principio para los mayores y algo más modernilla para la juventud, más tarde.

El nombre de lo que nosotros pensábamos que era una obra, en realidad era el nombre del grupo musical.
Como no sabíamos donde encuadrarnos, si entre los mayores o entre los jóvenes, muertos de risa por el error, salimos disparados en busca de una terraza para comentar las mejores jugadas delante de alguna bebida refrescante.
La única terraza que encontramos estaba llena de gente y sin mesas vacías. La noche no tenía desperdicio. En este momento me recordé a mí misma veinte años atrás, junto a mi mejor amiga diciendo una frase que entonces era nuestro lema “la aventura es la aventura”.
De vuelta al coche encontramos una tiendecilla en una esquina que ofrecía granizada para llevar. Pedimos la clásica de limón y añadimos algo más de aventura a la noche probando una que llevaba un chorreón de productos químicos que le daban a la granizada un toque ácido de sabor a fresa. Estaba buena.
Una vez en casa y mucho más temprano de lo planeado, un libro y una copa de champán pusieron el broche final a una noche que si no fue de crimen, desde luego fue perfecta.

No hay comentarios:

Publicar un comentario