Mi reducido mundo es
confortable y compartible, pero sobre todo, es “mi” mundo. Aunque en realidad
he de decir que también es del banco, pero “ese”, de momento, y gracias a que
pago religiosamente, porta poco por aquí.
En mi mundo no siempre
reina el orden. A veces, el caos, mi caos, se expande por toda su extensión, pero
como mi mundo es pequeño, el caos que cabe dentro también lo es.
Normalmente, salgo de
mi mundo y accedo a otro que es muy grande, y que unas veces aporta alegrías y
otras penas. A menudo me hace cargar con multitud de problemas, y me ayuda a
adquirir experiencia. En ese gran mundo todo es grande e intenso. Suceden
millones de cosas en él y todo se mueve muy, muy deprisa. Y mientras deambulo
por él, como si fuese un imán, se me van quedando pegadas los sucesos más
cercanos y sus consecuencias. A eso, suelo llamarlo las circunstancias de mi
entorno, y tienen un gran poder sobre mí. Cargo con ellas en una mochila, que
en ocasiones pesa mucho aunque se me queda pequeña y rebosa, porque todo lo que
llevo dentro, al igual que el mundo al que pertenecen, es grande, muy grande.
Sin embargo, cuando vuelvo a
mi mundo, soy consciente de que el contenido de esa mochila, no cabría allí
dentro, y como por arte de magia, todo se va reduciendo. No la quedo fuera, no podría,
es mi mochila. Al principio, todo se desparrama y colabora con mi pequeño caos,
pero, poco a poco, cada cosa va ocupando su lugar, y vuelve a reinar el orden.
Entonces todo vuelve a ser suave, y la intensidad, que la quedo sólo para mí, es
la que yo siento.
De vez en cuando abro
las puertas de mi mundo y otras personas acceden a él. Me resulta agradable
compartirlo y dejar que los demás aporten cosas, pero sigue siendo mi mundo.
Estos son los delirios de un carnavalesco fin de
semana al que no he tenido que buscar excusas,
porque la fiebre y un malestar generalizado han hecho que permanezca en "mi
mundo" todo el tiempo.
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