jueves, 27 de marzo de 2014

A TÍTULO PÓSTUMO

En la llegada de fechas señaladas, cuando todo el mundo prepara los panteones y los nichos para que queden bonitos, y en otras fechas que no lo eran, pero en las que mi abuelo pasaba por delante del cementerio y veía el desfile de ramos de flores, siempre decía la misma frase: ¡Qué coño tantas flores después de muerto, cajas de gambas y buenos jamones, en vida!
Su razón no le faltaba. Los reconocimientos en vida se disfrutan mucho más. ¿Dónde va a parar?
En estos días, en los que no dejo de oír, ver y leer cosas sobre Adolfo Suárez, me doy cuenta de que este gran hombre recibió muchas “cajas de gambas y jamones” mientras vivió, aunque de algunos de ellos ni siquiera tuviera ya conciencia para asimilarlos. ¿Merecidos todos ellos? Por supuesto, ¿qué duda cabe?
También hubo puñaladas traperas, que con el paso del tiempo y tras su muerte, como cosa de magia, se han convertido en ramos de flores.
De lo que no estoy ya tan segura, es de si en algún momento pensó en la cantidad de los mismos que recibiría una vez fallecido. Igualmente merecidos también, no soy yo nadie para juzgarlo, pero que, a buen seguro, recibidos hace algo más de diez años, momento en el que ya estaba retirado de la vida política, le habrían sentado mucho mejor.

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