sábado, 2 de junio de 2012

EL ESCUDO

Al entrar en comisaría en el intento de cumplir con uno de los encargos de una amiga, me he quedado paralizada al ver a una chica víctima de algún tipo de agresión física que lloraba amargamente entre nervios e indecisión. Su cara y parte de su cuello mostraban moretones que sobrepasaban con creces la extensión y la intensidad de lo que un golpe normal puede dejar como rastro.
Ha salido del hospital y viene a ratificarse en la denuncia.- Me comentaba la persona de contacto a la que tenía que entregar un sobre con documentos.
Me costó reaccionar. No era capaz de apartar la mirada de ella y mi alma y mi estómago se encogían por momentos.
Hace unos 13 años mi cara y mi cuello mostraban aquellas señales. Gracias a Dios no fueron consecuencia de ningún tipo de violencia. Fue un accidente por unas escaleras y me costó bastante convencer a la psicóloga del hospital de cómo habían sucedido los hechos, pues al verme aparecer llamaron a la policía y con una atención exquisita buscaban mi reacción para que pusiera la debida denuncia que, obviamente, no procedía.
Desde donde yo realizaba mis gestiones, podía observarla en el despacho de al lado. Estaba sola.
Recordé entonces el momento de mi accidente en el que mi cabeza, situada a 1,72 ctms de altura, impactaba contra el suelo fisurándome la parte alta del maxilar superior. Fue un instante que quedó grabado a fuego en mi cerebro. El dolor hizo que perdiera la consciencia durante un instante. Estaba muy por encima de lo que yo podía soportar.
¿Cuántos golpes ha tenido que recibir esa persona hasta que le han causado esos daños?
Posiblemente el primero ni siquiera lo viera venir.
¿Cómo se ha tenido que sentir en el momento de cada uno de los impactos?
El policía que me atendía y que comprobaba los documentos que yo le había dado, intentaba llamar mi atención con comentarios banales que fui incapaz casi de escuchar.
En esos instantes mis lágrimas afloraron a raíz de sentimientos encontrados, impotencia, dolor ajeno, rabia y ganas de consolar.
Por más que busco en mi interior situaciones que puedan alterar a alguien, no consigo encontrar una sola que pueda justificar algo así.
¿Cómo se puede golpear a una persona hasta hacer un daño semejante llegando a veces, incluso hasta quitar la vida?
El agente que ya recogía todo el papeleo que tenía disperso por la mesa se justificaba con la necesidad que tenían ellos de crearse un escudo antes situaciones como esas para poder sobrevivir en el día a día.
Recogí mi justificante de entrega, llegué a la puerta de salida y al volver la vista atrás, en una última mirada, le pregunté ¿dónde estaba el escudo cuando esa chica lo necesitó?

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