Echo de menos mi época preadolescente, cuando mi
madre me ponía como hora tope para llegar a casa las diez de la noche.
Entonces no me hacía gracia, pero ahora, me vendría
de maravilla, me sonaría a música celestial.
Supongo que cuando sea anciana y las normas de la
residencia geriátrica donde resida me lo vuelvan a imponer, me tocará algo más
que las narices.
C’est la vie!
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