Hoy lo he notado, me he hecho mayor.
He llegado como siempre a la cafetería “El Mirador”,
pero él no estaba. Ese chico simpático y agradable que me servía el café justo
como a mí me gusta y que me lo llevaba
bajo el árbol donde yo me sentaba a leer, ya no estaba.
En su lugar tres chicas, dos de ellas sudamericanas,
atendían las mesas. Supongo que las últimas reformas laborales han debido tener
que ver en este asunto. No hay réplica posible.
Miré mi árbol, las miré a ellas, volví a mirar mi
árbol, me miré a mi misma y opté por una silla y una mesa como hace la gente
normal. Ya no tengo edad y además ellas no lo entenderían.
Era mi despedida y se vio un poco truncada. ´
Tras el café y mi rato de lectura, me acerqué a mi
árbol, recogí mi trozo de corazón que dejé allí la última vez que estuve y me
dediqué a buscar un sitio en la ciudad donde esconder otro trozo para recogerlo
la próxima vez que venga. Nunca dejo un trozo sin haber recogido el anterior,
porque corro el riesgo de quedarlo todo aquí.
Después de todo, el nuevo sitio no está mal, mi
adiós por esta vez vuelve a ser temporal. La próxima vez habrá más cambios,
porque la ciudad crece y yo me hago mayor.
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