Llego al CPR de Plasencia, echo el dinero en la
máquina del café, selecciono la modalidad que tomo habitualmente y mientras
aquel aparato hace sus ruidos pertinentes, yo espero que me ofrezca mi elixir.
¡Sorpresa! la espumita de mi café venía coronada por
una hormiga.
Saqué la hormiga con el palito ese que viene de
serie y me dedique a investigar si había más hormigas o si esa había caído ahí
por casualidad. Como es normal, las hormigas nunca vienen solas y esta no iba a
ser menos. Mi café estaba plagado de hormigas ahogadas.
Con mi vasito de plástico me dirigí al conserje del
edificio y le comenté el caso, añadiendo que posiblemente tuvieran un problema
al haber entrado las hormigas en el departamento del azúcar de la máqujna. El
conserje con mucha educación me contesta que el problema no lo tiene él, sino
una empresa de Salamanca que son los propietarios de la máquina. Yo, sin salir
de mi asombro y ya en tono irónico le digo: bueno,
en realidad, la que tengo el problema soy yo, que a pesar de haber pagado el
café no me lo puedo tomar.
Tras el comentario, me indicó que podía pasar otro día a recuperar mis cincuenta céntimos, a lo que en el mismo tono le contesté que no me compensaba mucho recorrer 150 km por esa cuantía.
Tras el comentario, me indicó que podía pasar otro día a recuperar mis cincuenta céntimos, a lo que en el mismo tono le contesté que no me compensaba mucho recorrer 150 km por esa cuantía.
Le pedí, por favor, que mientras hablaban o no con
la empresa, apagaran la máquina pues a otras personas les podía pasar lo mismo
que a mí y en caso de no darse cuenta, se tomarían un delicioso “café crujiente”
cargado de proteínas. Le vi la intención de hacerlo, pero tres horas después
cuando volví a pasar por delante de la máquina, sin que el hecho me sorprendiera en exceso, seguía encendida.
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