Hace unos días, por cuestiones de trabajo, descubrí
el término “escaleta” en el sentido más práctico y literal. De vuelta a casa,
con la escaleta de la presentación de un evento bien cuadrada, me eché a reír,
pues la escaleta de cualquiera de mis días podría volver loco al mejor
guionista y a sus técnicos de producción.
Siempre ando robando tiempo, aunque ya no sé si lo
hago por necesidad, por gusto, o por costumbre.
Robo tiempo aún a sabiendas de que llego tarde a
alguno de los muchos sitios a los que a diario acudo o de que no voy ser capaz
de terminar alguna de las mil tareas pendientes. Y lo hago para leer, para
escribir, para jugar con los niños, para tomar un café con alguien o para
enviar un mensaje simplemente por el placer de hacerle saber que pensaba en él
o en ella.
A veces, le robo tiempo al sueño, otras veces a los
amigos y otras a la familia. A la única a la que no se le robo es a mí misma,
pues todo el tiempo que tengo para mí es el que consigo robar.
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