Y es que hay cosas para las que sólo valen los políticos,
y por muy director de un centro educativo que se sea, no es experiencia
suficiente para jugar a dos bandas y salir airoso. “Donde dije digo, digo Diego”
y “la ley del embudo” requieren de un grado de especialización que no todo el
mundo tiene.
Después de un año de dimes y diretes y de querer llevarse
el gato al agua, hoy se deshacía en elogios y pedía disculpas a diestro y
siniestro. Calificarlo resultaría difícil. ¿Sincero? No lo sé, pero una vez
disculpado, (y para esto sí hay que tener clase) da igual, lo hecho, hecho está
y me conformaría con que la cordura y la coherencia predominaran en las próximas
decisiones.
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