martes, 27 de agosto de 2013

VACACIONES FAMILIARES


Hace unos días, me señalaba una amiga, que este verano estoy subiendo pocas entradas en el blog. Tiene toda la razón. No sé si es falta de organización o de qué, pero he ido preparando textos que no he tenido tiempo de perfilar y que cuando los podía subir ya habían perdido todo su sentido.
El verano, a veces, es lo que tiene, si unes mucho trabajo con una intensa vida social y algún que otro período vacacional, tienes un agradable cóctel difícil de definir.
En estos días, el que ocupa la mayor parte de mi tiempo es mi sobrino Gugu. Pasamos la vacaciones, juntos, en A Coruña. Tiene seis años, es bastante inquieto y con ganas de descubrir el mundo, aunque con orden y a su manera, pues no es especialmente aventurero, por lo que suele medir las consecuencias de las acciones antes de lanzarse a algo nuevo, y si no lo ve claro, que lo haga otro que él mira. Durante estas vacaciones ha decidido que quiere ser fotógrafo, ni bombero, ni piloto, ni médico… nada de eso, está decidido a ser fotógrafo y nos lleva una media de trescientas fotos diarias. Creo que no va a dejar un solo detalle de Galicia sin pasar por mi cámara.

Entre sus descubrimientos, hoy ha estado, la que para mí siempre ha sido, la mejor playa del mundo. La playa de La Lanzada. Nos hemos desplazado ciento veinte kilómetros a la ida y otros tantos a la vuelta, pero ha merecido la pena. Ver su cara y sus expresiones ante la transparencia, la limpieza y la gélida temperatura de sus aguas, no ha sido nada comparada con la sonrisa, seguida de una carcajada cuando ha conseguido levantarse después de que dos olas lo tiraran sin tregua. El la ha marcado ya, también, como su playa favorita.
Tras la playa, hemos hecho el típico viaje en catamarán por una ría. Lo mejor vuelve a ser su cara cuando situado en la proa de la embarcación, con el brazo estirado, una gaviota se acercó hasta su mano a comerse el mejillón que sostenía. No sabría de qué tenía más, si de emoción, o de sorpresa.
Si a esto le añado la cara de mis padres viendo disfrutar a su nieto, estas vacaciones, como dirían los de Master Card, “no tienen precio”.
Evidentemente, ya en A Coruña, de vuelta en casa, todo el mundo ha caído fulminado después de cenar. Tanta emoción es lo que da.
Así que, si sigo sin tiempo, puede que no sea mala señal y ya retomaré alguno de los textos cuando acabe el verano y todo vuelva a la fría rutina del invierno, es decir, cuando los mochuelos volvamos, cada uno a nuestro olivo.

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