Ya me tocó. Ayer me estrené en eso de pagar por
aparcar en la zona azul.
A pesar de que va totalmente en contra de mis
principios, me toca entonar el “mea culpa”. Sí, yo he sido una de las que ha
pagado por aparcar.
Decir que tenía motivos, que llevaba a mi madre al
centro y ella no puede hacer grandes desplazamientos a pie, suena a excusa
barata, a pesar de ser cierta.
Después de un par de vueltas con el coche por calles
cercanas que no tienen grafiteado el suelo, mi madre me miró con cara de
circunstancias, como queriendo decirme: ¿Qué
carajo estás haciendo? Tras la mirada y conociéndome mejor que nadie, se
echó a reír. Era obvio que tenía que aparcar en los espacios delimitados por
las rayas azules y aquello me dolía en lo más hondo. Pero no me quedaba otra
alternativa, en algún sitio tenía que meter el coche.
La cuantía es lo de menos, no fue mucho, pero eso no
hizo que mi dolor de orgullo fuera menor.
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