Hace unos días un compañero me hablaba de la
solidaridad, la tolerancia y la empatía como valores imprescindibles de los que
en general, y más aquí en España, se carece.
Me puso el ejemplo de una compañera que realizó una
visita laboral a un país del norte de Europa, del que no recuerdo el nombre. Al
llegar a los aparcamientos de la empresa donde tenía concertada la visita, el
anfitrión aparcó lejos de la entrada habiendo aparcamientos libres en la misma
puerta. Ella preguntó que porqué teniendo estacionamientos más cerca, se iba
tan lejos para dejar el coche y tener que caminar, a lo que él le contestó que
los aparcamientos más cercanos, se dejaban libres para aquellos compañeros que
por cualquier circunstancia llegaban tarde, evitándoles así el engorro de tener
que buscar aparcamiento y desplazarse a pie hasta su puesto de trabajo, pues de
esa manera llegarían menos tarde.
Enseguida en España se le va a pasar a alguien eso
por la cabeza. ¡Vamos! A la más mínima insinuación te tachan de gilipollas para
el resto de tus días.
Más o menos lo mismo que me ha pasado a mí en
Trujillo esta mañana en una visita también laboral. Al llegar a un cruce en el
que, aún teniendo preferencia, me he parado por precaución, un energúmeno (que
no tiene otro nombre) se ha saltado un ceda el paso, cual alma que lleva el
diablo, para coger, el que debía ser el último aparcamiento cercano a la Plaza
y que debía tener visualizado casi desde el inicio de la larga calle por la que
transitaba. Si no llego a frenar, se me incrusta en el lateral del coche.
Justo ahí fue cuando pensé en la tolerancia, en la
solidaridad y en la empatía que los españoles derrochamos por los cuatro
costados.
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