Ayer tocaron migas.
Es la temporada perfecta. Campito, chimenea, brasas
para sardinas y buena compañía.
Creo que mi madre, que es más de acción que de dar
explicaciones, intenta trasmitir esas recetas familiares que no están escritas
pero que pasan de generación en generación. Digo creo, porque aunque no lo dice
explícitamente, la sutileza nunca fue lo suyo.
Yo, hace un par de años, y a la vista de que esto
pudiera ocurrir, le regalé un libro en blanco para que fuera anotando en él
todas esas recetas. El libro sigue en blanco y creo que prefiere escribirlo en
mi cerebro.
Esto de la cocina se suele aprender más con la
práctica que con otra cosa, y como yo, la verdad, lo practico poco, tendré que
ir tomando nota por si algún día se lo tengo que enseñar a alguien.
De todas formas, en esta receta, puse mucha atención
a detalles como la cantidad de agua que hay que echarles, el tiempo de reposo,
la cantidad de aceite, los complementos del tipo chorizo, tocino, pimientos,
ajos, etc… Y luego practiqué el toque personal en el remover continuo que lleva
este plato en su elaboración. Y no es por echarme flores, pero con la debida
supervisión, me quedaron muy ricas. Ahora entiendo que hay detalles muy
difíciles de plasmar por escrito, como por ejemplo: “el golpe de muñeca,
cucharón en mano, para darle vueltas a tanto condumio”
El próximo fin de semana que vaya, creo que va a
tocar Caldereta, pues después de comer me anduvo haciendo comentarios sobre lo
buena que le salía a mi abuela y lo bien que le sale a ella, que todo el mundo
se lo dice.
Estoy pensando que debería abrir una nueva etiqueta
y llamarla Recuperación de recetas, Comida tradicional o algo así. Le daré un
par de vueltas más al asunto, como a las migas.
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