Ayer por la tarde, llevé a cuatro de mis sobrinos a
Cáceres.
Podría haber sido una tarde de leones enjaulados en
el salón de casa, pues el otoño, con su perfecto nublado y su intermitente
lluvia, se ha impuesto. Sin embargo entre los cinco la hemos convertido en una
divertida y amena tarde de sábado.
El objetivo del viaje era la asistencia a un taller
de manualidades en la tienda de Jumping Clay de Cáceres. Durante el trayecto de
ida, la revolución y el nerviosismo se mascaba en el ambiente hasta el punto
que hemos puesto la música lo más alta posible sin que llegara a dañarnos los
oídos. Ha sido divertido y a veces íbamos cantando los cinco a la vez.
Al llegar a la tienda, la expresión de sorpresa y
asombro se adueñaba de las caras de mis sobrinos cambiando en breves instantes hacia
la ilusión de lo que podían aprender allí. Ha sido increíble verlos disfrutar. Mantenían
los ojos abiertos como platos y llamaban mi atención de forma constante y todos
a la vez para que viera con ellos lo que cada uno acababa de descubrir. La
mayoría de los objetos eran réplicas, que ellos podían aprender a modelar, de
algunos de los personajes de dibujos animados y juegos de los que están acostumbrados
a ver a diario.
Como dicen que lo bueno, si es breve, es dos veces
bueno, el taller sólo ha durado una hora, pero cada uno, incluida yo, ha hecho
una réplica del muñeco de Bob Esponja. Ninguno de los cinco ha salido como el
original, pero no ha habido enfados y la continua competitividad y el afán de
ganar que los domina a menudo, han quedado a un lado por un día. Uno de los
muñecos parecía la versión vampira de Bob Esponja, otro era más del tipo
magdalena que del tipo esponja, a otro le hemos descubierto unas pupilas
excesivamente dilatadas que le daban un aire de “ido”, pero en general nos han
quedado muy chulos y nos hemos reído mucho, tanto haciéndolos como
observándolos y comparándolos después.
Una vez terminado el taller hemos aprovechado que no
llovía para dar una vuelta por un mercado medieval, donde hemos comprado
algunos dulces para merendar y visitado algunos de los puestos, sobre todo de
juguetes y de bisutería para las chicas. Era curioso ver a la mayor de todos,
como una versión de mí misma, cuidando al más pequeño y vigilando a los dos del
medio. Tiene buena madera y ya le va venciendo la responsabilidad.
Al llegar a la Plaza Mayor nos hemos hecho un montón
de fotos. No hemos variado mucho los sitios, básicamente en el arco de la
Estrella y en la puerta del Ayuntamiento, pero sí las posturas y las
combinaciones de los que posaban. A veces nos reíamos con los resultados que
nos ofrecía la cámara.
A la voz del pequeño diciendo que necesitaba
urgentemente ir al baño, los cinco nos hemos puesto en marcha como si fuésemos las
piezas de un perfecto engranaje. Nos hemos encaminado con bastante ligereza hacia
una heladería a la que todos le habíamos echado el ojo y aprovechando la
oportunidad, tras entrar todos al baño, le hemos puesto la guinda a la tarde
con un helado al gusto de cada uno.
De vuelta al coche para emprender el camino de
vuelta hemos hecho un balance general. El resultado final había superado con
creces las expectativas iniciales.
El ambiente durante el trayecto de regreso dejaba
ver el cansancio de tanta emoción y actividad, pero aún quedaban fuerzas para
unas risas algo más espaciadas y comentarios de los mejores momentos del día.
Para mí ha sido mejor que bueno, porque estar
rodeadas de mis niños me ofrece, a veces, la posibilidad de disfrutar de los buenos
momentos con ese punto de vista infantil que a algunos nos queda ya muy lejano,
pero que reconforta cuerpo y alma.
Es que hay TITIS y Titis, y desde luego como tú no abundan, sólo basta ver la cara de los niños cuando les dices que se iban a ir contigo ¡la más maravillosa expresión de felicidad!
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