miércoles, 6 de noviembre de 2013

¡QUÉ TE FOLLEN!

¡Qué bonito! Qué frase más adecuada y socorrida para decir en la calle a pleno pulmón como respuesta a una llamada de atención. Qué variedad de vocabulario.
Más o menos, estas fueron las palabras de mi abuela, la primera vez, que estando de compras conmigo, escuchó cómo un “señor” se lo decía a otro, que le recriminaba el intentar colarse en la fila de la caja del supermercado.
Después de aquello la he oído en multitud de ocasiones y no siempre en el mismo tono ni con el mismo significado. Es lo que tiene el castellano.
No sé si por el recuerdo de aquella situación vivida con mi abuela, o por las propias situaciones en sí, desde luego, cuando más me indigna, es cuando se emplea como salida de tono cuando no tienen argumentos, ni razón; como esta tarde, cuando un hombre, desde el interior de su coche, le decía a otro, en tono cordial: el intermitente hay que ponerlo antes, machote. La respuesta del otro “tipo”, con la cabeza por fuera de la ventanilla del coche, no se hizo esperar: ¡Qué te follen!
A mi cabeza vino de forma automática la frase de mi abuela: ¡Qué bonito!

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