Siempre he escuchado que tener unos vecinos chinos, era equivalente a vecinos tranquilos y silenciosos. De hecho, durante el tiempo que estuvieron
viviendo en el piso de al lado lo pude comprobar. “Es una regla y no falla” me
dijo otro vecino.
Pues bien, esos chinos se marcharon hace un tiempo y
ahora han vuelto otros. Pero esta vez ha venido la excepción que confirma la
regla. Tienen dos niños y como niños que son, entienden más de edad que de raza
y son dos auténticos diablillos.
El sofá del salón, que es la parte de su casa que
colinda con la mía, debe estar destrozado, porque los oigo saltar encima y
tirarse en plancha hasta el punto de que tengo miedo de que algún día asomen su
cabeza por la pared de mi cocina.
El resto de los vecinos los oyen subir y bajar la
escalera a grito pelado y como si fueran un auténtico ejército de caballería.
La única ventaja y aquí también son la excepción, es
que de momento sólo viven dos generaciones, es decir, padres e hijos y no hay
ni tíos, ni abuelos, ni primos, ni tios-abuelos, ni bisnietos, ni demás familia, o
al menos no han llegado todavía. Y eso lo he podido comprobar por el número de
pares de zapatos que tienen justo a la entrada de su casa.
Habrá que ir viendo que otras reglas están
dispuestos a confirmar a través de la excepción.
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