Mi sobrino acaba de salir de mi casa. Durante un
instante, me he quedado mirándolo con la puerta entreabierta mientras empezaba
a descender las escaleras camino de la calle.
Ya va y viene solo. Tiene edad, está a punto de
cumplir once años y además vive en el bloque de al lado. Apenas hay peligro y
su madre le ha mandado a recoger unas cosas que tenía yo.
Sin embargo, mientras lo observaba, me ha parecido increíble.
No hace tanto que me tiraba de la manga cuando quería que lo cogiera en brazos
y me hacía correr detrás de él cuando me parecía que no mantenía bien el
equilibrio y corría el riesgo de caer. Siempre parece que fue ayer, aunque el
ayer queda ya tan lejano…
Ahora corre de un lado a otro con total
independencia y pronto será un
hombrecito que me presentará a una chica a la que llamará “novia” “amiga
especial” o como quieran llamarse de aquí a unos años.
El tiempo los va haciendo crecer, cambiar, aunque lo
que yo espero que el tiempo no me cambie nunca, son mis recuerdos de sus
achuchones, de sus “te quiero”, de sus lágrimas y sofocones cuando se tenía que
marchar y su cara de alegría cuando me veía aparecer, del tacto de sus bracitos
rodeando mi cuello, de sus manitas sujetando mi cara para que lo mirase a él y
sus tirones de mi manga los viernes por la noche cuando me decía “tita pin pon
y a la pama” queriendo decirme que lo llevara a acostar y le cantara su canción
para dormir. Sólo espero que el tiempo, al menos, me respete eso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario