Una tarde, tuve el privilegio de presenciar una conversación entre un hombre
sabio y dos mentes privilegiadas. Evidentemente yo aporté poco, porque mi
sabiduría anda como la economía del país, despistada y de recortes.
Durante esa conversación, el hombre sabio hablaba de
otra persona no presente, en ese momento, y de su nueva relación sentimental,
en la que lo estaba dando todo. El hombre sabio, muy al contrario de lo que yo
podía pensar, marcaba ese detalle como algo negativo, porque en esa relación,
él, no se estaba guardando nada para sí mismo, y eso no era bueno. Las dos
mentes privilegiadas, muy convencidos y de acuerdo con lo que estaban
escuchando, se limitaron a poner cara de circunstancia y a asentir con la
cabeza.
Yo, que suelo encontrarle aplicación a todo, no dije
nada, pero vi, rápidamente una similitud entre el sujeto al que estaban
analizando y yo misma, aunque no sólo en la parte sentimental, sino en todas las facetas de mi vida.
Es habitual en mí no guardarme nada para mí misma y
eso me sitúa muchas veces en una situación de vulnerabilidad nada agradable.
No sé si el hombre sabio se refería o no a esa
vulnerabilidad, porque especificó poco. (Así son los hombres sabios, a veces,
difíciles de entender; a buen entendedor, pocas palabras bastan; que cada uno
lo interprete según lo haya entendido y el que no lo entienda que se joda.)
Pero lo que sí entendí es que debo cerrar esa ventana de mi vida por la que se
me escapa todo y por la que se cuelan golpes que impactan contra mí por derecha
e izquierda.
Las cosas no cambian de un día para otro, pero
¿quién sabe? Quizá el día que llegue a la edad del hombre sabio, haya
conseguido alguno de los objetivos que me voy marcando.
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