Esto va mejorando como los buenos vinos.
Todavía recuerdo cuando en las gasolineras, también
llamadas estaciones de “servicios”, un amable chico, (entonces era impensable
que una chica trabajara en alguna), tiraba de la manguera e introducía el
boquerel en el depósito de combustible a la vez que preguntaba: ¿Cuánto le
ponemos jefe?
Hoy llegas a una gasolinera y ¡AJÁ! Te las apañas
como puedas. Cómo cambia el cuento que diría mi tío.
Este nuevo sistema se está extendiendo hasta el
punto de que en algunas de las grandes superficies que nos tienen invadidos y
de las que todos somos usuarios y usuarias, han colocado unas cajas del tipo
“sírvase usted mismo”.
Han sustituido a lo que hasta no hace mucho eran las
cajas rápidas y a las que sólo podías acceder si llevabas pocos artículos, ya
fuese en las manos o en una cesta, pero en las que te atendían unas amables, y
no tan amables, cajeras.
Ahora funcionan igual sólo que en vez de ser
atendidos por personas tú mismo delante de la máquina pasas por el lector de
código de barras cada uno de los artículos que llevas. Si alguno de estos, no
pasa por el lector pides ayuda y vendrá un asistente a decirte que tienes que
teclear el código. Si aún así el producto no se marca, volverá otra vez el
asistente a decirte, eso sí, con mucha sutileza, que eres un poco torpe y que
has tecleado mal el bendito código. Y en la que va y viene, consigues pagar la
cuenta y recoger el material y cuando llegas a casa te das cuenta de que con
tanto trajín no te han quitado los sistemas de seguridad, por lo que no puedes
usar tus nuevas adquisiciones.
Quizá sea una nueva técnica para obligarte a volver
al día siguiente y ya que estás allí picar y comprar otra vez, como esa otra
técnica de marketing que consiste en cambiar las cosas de sitio, aunque esta
última no tengo muy claro si de lo que se trata es de que el cliente compre más
o de que se vuelva majara.
A cualquier cosa le llaman servicio
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