domingo, 20 de enero de 2013

DIGNO DE MENCIÓN


A quince días de su jubilación un ictus golpeo su cerebro sin piedad. Perdió el habla, la movilidad y la psicomotricidad.
A punto de comenzar a vivir, la vida se le escapaba por entre las vallas de la cama del hospital.
Consciente, demasiado consciente de todo, rechazaba visitas.
La pena, la rabia y la impotencia dominaban la pequeña parcela de su cuerpo sobre la que todavía tenía control.
Con un adecuado tratamiento hubo estabilidad. Una increíble fuerza de voluntad y el cariño de los suyos fueron dando resultados y fue recuperando el control. Poco a poco volvía a tener autonomía, y aunque de forma lenta, iba consiguiendo pequeños avances: palabras coherentes, movimientos coordinados, comer sólo, caminar ayudado sólo de un tacataca, ir al baño, frases enlazadas… Cada día suponía un nuevo reto.
La primera visita de uno de los compañeros de trabajo puso en su cabeza un discurso que le salió casi de corrido: “quiero volver; tengo que volver; ese es mi proyecto, quiero estar ahí; sé que me necesitan; nadie se va a ocupar si no vuelvo; esto tiene que seguir haciéndose bien, hay muchas personas implicadas. Lo puedo hacer de forma voluntaria".
Su jubilación se había hecho efectiva mientras él permanecía inmóvil en el hospital.
-Es curioso, hay veces que tienes que perseguir a los compañeros para que se tramiten algunos documentos y ahora que no había nadie para reclamar nada ni para presionar, esos documentos avanzaron de mesa en mesa, como si un duende nocturno los hubiese ido poniendo en el lugar adecuado para que plasmaran las firmas y se ejecutara la sentencia.
La respuesta a su petición fue sutil, aunque negativa.
-Estas jubilado y tienes que recuperarte. Ahora tus preocupaciones deben ser otras.
Resignado, obedece y se retira. Sigue su rehabilitación y sigue su vida.
El jueves recibe una llamada: -Te necesitamos. Todo el mundo está muy ocupado y mañana hay que clausurar unas jornadas. ¿Podrías ir?
Sentimientos encontrados. Por un lado, “iros a la porra”, por otro lado “por fin, me dejan volver”. Vence la segunda.
Consciente de sus limitaciones, sin tiempo para preparar nada, pero conociendo aquel proyecto mejor que nadie, el viernes sube al escenario de un salón de actos lleno de alumnos de Bachillerato y FP y dando las explicaciones justas sobre el por qué de su rara forma de hablar, nos transmitió tanta ilusión y emoción sobre el proyecto, que el aplauso final retumbó en paredes y ventanas. Puso un perfecto punto y final al día y a la semana.
Funcionario de toda la vida y nadie fue capaz de doblegar sus iniciativas ni de que se acomodara. Técnico, que no político. Considerado rebelde por decir las cosas como son. Implicado y responsable con los proyectos en los que se embarcaba y nunca pendiente de una cámara, de un reconocimiento público ni de una medalla en la solapa. Para eso ya estaban los jefes. Él, siempre abajo, a pie de cañón, activo, preparado para la incesante batalla.

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