Fue en noviembre de 1986. Con nuestros catorce años,
mi compañera de batallas y yo, nos habíamos enterado por casualidad que Carmen Martín
Gaite venía al instituto a dar una charla sobre literatura a la que los de mi
curso no estábamos obligados a asistir, pero a la que por voluntad propia y más
por curiosidad que por otra cosa, decidimos ir.
Me pareció de lo más emocionante verla allí sentada,
con sus sesenta y un años y su pelo blanco, parcialmente cubierto por uno de esos
gorros que tanto lo gustaban, dispuesta a contarnos su experiencia y a
hablarnos de uno de sus libros: “Entre visillos”.
Trasmitía tanto en cada frase y se le veía tanta
emoción en los ojos mientras nos lo contaba que el tiempo se nos pasó en un
instante y al salir de la charla mi amiga y yo nos fuimos a la librería a
comprarnos un ejemplar cada una.
Ahí me quedé prendada del libro y de su autora y hoy,
bajo los efectos de un potente relajante muscular que me ha tenido aletargada
todo el día, en la relectura de otra de sus obras, “Fragmentos de interior” me
ha vuelto a pasar lo que en cada una de las lecturas de sus obras, me he vuelto
a encontrar con una frase que justo en ese momento adquiere todo su significado
para mí:
-No tengas nunca miedo
a la verdad- dijo Isabel-. Por mucho daño que te haga, más daño hace vivir en
la mentira, créeme, mucho más. A eso sí que le debías tener miedo.
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