Al llegar a una de las calles principales y mirar
hacia la derecha un coche de la policía y una pancarta anunciaban el paso de la
manifestación. No lo puedo evitar. Me pongo nerviosa.
No he dejado de pensar en esta huelga todo el día.
Trabajo para Educación, aunque no soy profesora de ningún centro educativo, y
por ello, sin derecho a hacer huelga. De haberlo tenido, tampoco sé si lo
hubiera ejercido.
En estos casos siempre me sucede lo mismo, pongo la
balanza, peso las razones a favor y las razones en contra, y nunca consigo que
la balanza se incline hacia ninguno de los dos lados. Analizo los recortes de
libertades, que por desgracia son muchos, pero se dan de bruces contra la
exigencia de recuperar el derecho a abusar de esas libertades.
Al finalizar la jornada, me mareo con los datos que
unos y otros ofrecen, y que en definitiva no aclaran nada. Para el gobierno ha
sido una huelga con muy poco seguimiento, (algo más del 20%), para la
Plataforma Estatal por la Escuela Pública el seguimiento ha sido elevado, (más
del 80% del profesorado de la Escuela Pública y más del 90% en Universidades). No
sabría decir cuáles se alejan más de la realidad.
Y ahora, ¿Dónde queda la relevancia de estos números?
¿Dónde ha quedado la mueca de la presión ejercida, si todo el esfuerzo se ha
hecho contra un muro de hormigón armado impermeable (es decir, que todo le
resbala) e infranqueable?
El que algunos hagan historia, supone la destrucción
de muchas cosas, y eso, es lo que más me aterra.
Esto me recuerda a mis años de la niñez, cuando mi
padre ejercía su poder, con su famosa frase “Porque yo lo digo”, cuando se quedaba sin
argumentos.
Mañana volverá a ser todo como el lunes, con la
diferencia de que es viernes y a las tres de la tarde se producirá una
desconexión masiva, por algo más de dos días, que en muchos casos reseteará la
información, y en los que no, quedará plasmado en variopintos informes que no
irán a ninguna parte, y si van, no se los leerá ni Dios.
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