Un café con leche fría, por favor.
En sí, parece una frase sencilla. Se entiende perfectamente. Tiene una estructura
simple, no lleva subordinadas ni un vocabulario sofisticado y todo el mundo conoce
el significado de las palabras cafe, leche y fría.
Partiendo de estas premisas, cada vez me cuesta más entender por qué cuando
lo pido me tienen que servir una taza que echa más humo que un volcán y su contenido
abrasa el interior de mi boca y las paredes de mi traquea como si por ellas
pasara ácido sulfúrico.
Cuando me quejo, habitualmente en tono educado, algunos alegan no haber oído
tal especificación, sin embargo, de vez en cuando aparece el típico listillo que
va de "sobrao" y que encima te contesta: pero si eso está frío, es que le he echado mezcla, porque toda la leche
fría, fría, se le va a quedar helado. Y por supuesto, no puede faltar el que
te intenta convencer y después de habértelo preguntado varias veces, termina diciendo:
bueno, le echo un poquito de la caliente,
para que quede templadito.
En ese momento, yo, siguiendo las enseñanzas de mi madre relativas a la educación, me quedo con las ganas de decirle: Pero oiga, el café, ¿quién se lo va a tomar? usted o yo.
En ese momento, yo, siguiendo las enseñanzas de mi madre relativas a la educación, me quedo con las ganas de decirle: Pero oiga, el café, ¿quién se lo va a tomar? usted o yo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario