Entre la libertad
de expresión y hacer apología de un delito hay algo más que una fina línea. Yo
diría que se asemeja más a un enorme y grueso muro que algunos no han dudado en
derrumbar de un plumazo. No es nuevo, se lleva derrumbando hace mucho, pero
dependiendo a quién le duele, el muro se sustenta más o menos y la búsqueda del
que lo derrumba se hace más intensa y efectiva o menos.
En las
últimas búsquedas los culpables han salido rápido y por supuesto no ha sido
ninguno de los que han grabado sus fechorías en internet o los que se han
dedicado a realizar acoso escolar (en ocasiones con graves consecuencias) a
alguno de sus compañeros de colegio o instituto. Estos deben ser unos
delincuentes muchísimos más expertos que no se dejan atrapar así como así.
Por todo
esto y tras los últimos sucesos políticos, entiendo que es importante medir,
muy mucho, lo que se plasme por escrito. Por este motivo, he de decir que los
políticos son unas bellísimas personas, seres humanos (con lo que eso conlleva:
seres comprensivos, sensibles a los infortunios ajenos) de una enorme vocación,
dispuestos siempre a hacer lo mejor para su pueblo, sin intereses personales,
que nunca buscan el enriquecimiento propio (bueno de esta parte alguno habrá
que sí, pero generalizando…), que están ahí por su propia valía y no por enchufe
y que lo darían todo por los demás. Y ahora, el que me quiera entender, que me
entienda.
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